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El populismo, adversario contumaz del proletariado y las masas populares, por Rául Marco

octubre 16, 2014 por  
Publicado en: Artículos, Destacado

Raúl Marco. El populismo, ideología pequeño burguesa, idealista, surgió en Rusia en los años 70 del siglo XIX. Según Lenin, «Representa los intereses de los productores desde el punto de vista del pequeño productor». Los  populistas, creyendo  en la posibilidad  de la revolución social campesina, en la década de los setenta, jóvenes de la intelectualidad no procedente de la nobleza, utilizaban ropas campesinas para ir a las aldeas, al «pueblo» para preconizar sus posiciones «populares».

El populismo, independientemente del nombre que tome, por ejemplo «ciudadanismo», es hostil al marxismo en general y al Leninismo en particular. A estas alturas, no reconocen el papel histórico del proletariado; aunque no lo dicen claramente están contra la organización partidaria, ni derecha ni izquierda. La lucha de clases no existe (no lo dicen así, pues tontos no son y tienen buenas tablas universitarias y apoyo mediático). Se dirigen al «pueblo» en general, e ignoran que el proletariado es la única clase plenamente interesada en acabar con el capitalismo y construir el socialismo, y eso no se hace con soflamas ni demagogia callejera.
Lenin combatió el populismo y desmontó la crítica de los populistas hacia el capitalismo ruso por ilusoria y reaccionaria. Según Lenin, la teoría y la práctica de los populistas constituían un obstáculo para el desarrollo y la propagación del socialismo científico, para el desarrollo del movimiento obrero. Lenin jamás dejó de luchar contra los grupos populistas; fue una lucha contra la ideología pequeñoburguesa, reaccionaria en definitiva.
Los tiempos han cambiado y las formas que toma el populismo también, pero su esencia sigue siendo la misma, y aunque en la forma se encubra con fraseología huera y taimada con la que pretenden manipular la realidad,  es  en el fondo reaccionaria.
El populismo en todas sus formas, no deja de ser anticomunista y por ende reaccionario y peligroso pues logra engañar y hacer creer lo que no es, particularmente entre la juventud, como es el caso en España. Claro que la prolongada desidia ideológica, las desviaciones oportunistas, la politiquería de los partidos tradicionales e incluso traiciones, particularmente del PSOE que hizo posible junto con el equipo de Carrillo, la transición del franquismo al franquismo sin Franco, creó y se mantiene un rechazo, relativamente grande, hacia los «políticos» que han consensuado todas las maniobras contra los pueblos de España, el proletariado, y otras capas populares.
El populismo, no sólo tiene planteamientos pseudo ideológicos, cuando menos equivocados, también siembra el anti partidismo, el rechazo a la organización y a cualquier planteamiento revolucionario claramente expuesto. «Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario. Nunca se insistirá lo bastante sobre esta idea en un tiempo en que a la prédica en boga del oportunismo va unido un apasionamiento por las formas más estrechas de la actividad práctica» Escribía Lenin en su famoso « ¿Qué hacer?» Y en su no menos famoso «Materialismo y Empirocriticismo», denunciaba:
« La no pertenencia a ningún partido no es en filosofía más que servilismo miserablemente disimulado al idealismo y el fideísmo.»
Acabemos, el populismo o como se quiere presentar y denominar, causa serios daños y problemas. Hay gente que utilizando errores o pretendidos tales, se aferran a las posturas del populismo y atacan y critican a las fuerzas y organizaciones revolucionarias, como nuestro Partido. Eso crea pesimismo, derrotismo. Por ello, hay que estar alerta contra los casos que se puedan dar de camaradas o conjunto de camaradas que teorizan por la negativa (la “teoría” del catastrofismo), que ven únicamente los errores o fallos, y caen en deformaciones y desviaciones graves que los llevará, inconscientemente, a negarse a sí mismos y renegar de todo buscando justificar sus aberraciones y desvaríos.
Es una lucha ideológica presente, actual, que conlleva deriva que no se puede ignorar ni menospreciar. Lo advertía Marx:
« La ignorancia es un demonio que, tememos,  provocará aún numerosas tragedias.»

Lecciones de la Revolución de Octubre, por Carlos Hermida

octubre 16, 2014 por  
Publicado en: Artículos

Carlos Hermida. Se cumplen  97 años de la Revolución de Octubre, la primera revolución socialista de la historia. Cuando el partido bolchevique derrocó al gobierno de Kerenski el 25 de octubre de 1917 (7 de noviembre según el calendario gregoriano) y tomó el poder, se inició una nueva etapa en el devenir de la humanidad.
Era la primera vez que las masas dominadas y explotadas, los obreros y los campesinos, tenían en sus manos su propio destino y se disponían a construir un nuevo orden económico, social, político y cultural. Los ecos del Octubre ruso traspasaron las cordilleras, atravesaron los océanos y llegaron a todos los rincones del mundo. Fue una revolución que entusiasmó a los trabajadores y aterrorizó a la burguesía.
Tras la desintegración de la URSS en 1991 y el hundimiento casi total del sistema socialista, ¿cuál es el legado de esa revolución que asaltó los cielos y cambió el curso de la historia? ¿Qué lecciones podemos extraer de esa experiencia?
En primer lugar, la Revolución de Octubre demostró que  había una alternativa  al capitalismo, que el socialismo era posible, que la humanidad no estaba condenada a la barbarie, la explotación y el sufrimiento provocados por el capital.  Hasta ese momento el socialismo solo existía en los libros escritos por Marx y Engels, pero en Rusia la teoría se hizo praxis, se materializó en algo real y tangible para millones de personas. En Rusia, uno de los países más  atrasados de Europa, con unos niveles de miseria y analfabetismo espantosos, se inició la construcción de una nueva sociedad. Sin negar los errores que se cometieron, inevitables porque no se contaba con precedente alguno, los resultados fueron asombrosos. Durante los años treinta del pasado siglo, a través de la planificación económica, la URSS se convirtió en una potencia industrial moderna, erradicó el analfabetismo y adquirió un extraordinario nivel científico y cultural. Fue una obra admirable ejecutada por los trabajadores  bajo la dirección del Partido Comunista y de Stalin.
Hoy es frecuente escuchar en boca de los economistas  neoliberales que la experiencia económica soviética fue un desastre y un fracaso, pero no son más que afirmaciones guiadas por el anticomunismo ciego. Mientras que el mundo capitalista se hundía en la crisis de 1929 y decenas de millones de hombres y mujeres perdían su trabajo, en la Unión Soviética se alcanzaba el pleno empleo y se construían miles de fábricas, centrales hidroeléctricas y Universidades. No era propaganda, sino una realidad que tuvo su demostración práctica cuando la Alemania nazi atacó a la URSS en junio de 1941. Fue el enorme potencial económico del sistema socialista el que derrotó al invasor nazi. De las fábricas levantadas en los primeros planes quinquenales salieron las armas que llevaron al ejército soviético hasta Berlín. Los economistas pueden seguir mintiendo,  pero los hechos históricos son tozudos y la bandera roja con la hoz y el martillo ondeando en Berlín es la prueba incontrovertible de la fortaleza militar y económica del socialismo soviético.
La segunda gran lección de Octubre es la necesidad de un partido para dirigir la revolución. Ahora que está tan de moda el culto a los movimientos asamblearios, el fervor por lo espontáneo y el rechazo de los partidos políticos, hay que recordar a todos estos  profetas y corifeos de la  “nueva izquierda”, que la organización y la dirección políticas son imprescindibles en cualquier proceso revolucionario. Sin el partido bolchevique, basado en el centralismo democrático y en la teoría marxista, no habría sido posible la revolución rusa. Fueron los bolcheviques los que en el complejo proceso político y social que transcurre entre febrero y octubre de 1917 trazaron la táctica correcta que llevó a la toma del Palacio de Invierno. La situación revolucionaria que había en Rusia se transformó en revolución triunfante gracias a la dirección política de los bolcheviques, que supieron conducir  a las masas en la dirección correcta. A los que tanto se entusiasman con las formas de organización popular desde abajo, por la base, no estará de más recordarles que los soviets se convirtieron en una pieza fundamental de la revolución  cuando los bolcheviques alcanzaron en ellos la mayoría.
En tercer lugar, Octubre nos enseña que  las situaciones revolucionarias son las que ponen a cada uno en su sitio, tanto a partidos como a dirigentes. Es en esos momentos cuando las fuerzas políticas se definen verdaderamente y sale a la luz su verdadero carácter de clase. Los mencheviques y la mayoría de los socialistas revolucionarios demostraron en la práctica  que tras su fraseología revolucionaria se escondía una posición hostil a la revolución socialista y favorable a la burguesía. No fue una casualidad que los bolcheviques tomaran el poder en Rusia. Era un partido proletario que a lo largo de los años había combatido resueltamente las desviaciones ideológicas que afloraban en la dirección. Sin eses combate ideológico, que mantuvo al partido en una línea marxista, los bolcheviques hubieran fracasado en las tumultuosas aguas del año 1917.
Octubre forma parte de la historia, pero su luz se proyecta con fuerza sobre nuestra realidad. Sus enseñanzas y sus lecciones siguen siendo útiles en estos momentos de tanta confusión ideológica y desorientación política.

A vuelapluma, por Julio Calafat

octubre 16, 2014 por  
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El clan Pujol, el ex presidente de Cataluña, su mujer Ferrusola y cuatro de sus hijos, a lo largo de estos últimos decenios han robado, estafado, prevaricado a mansalva. No pueden explicar de dónde han salido los 600 millones de euros depositados en un  banco de Andorra y con los que durante años han estado trapicheando aquí y allá. Tampoco explican las operaciones de 2000 millones € con el Banco de Santander y Prisa. Ni sus depósitos de dinero y operaciones en Suiza, Luxemburgo.  Pujol padre, se limita a decir que el dinero es una herencia de su padre, lo que no se cree ni él mismo. Ha estafado a Hacienda, ha mentido a todos y ha resultado ser un delincuente que se presentaba como un referente moral y político de Cataluña.
Claro que lo de las herencias da mucho juego, que se lo pregunten a Juan Carlos de Borbón y Borbón que al no poder explicar su fortuna de varios miles de €, acumulada durante su empleo de rey se encubre con lo de la herencia paterna…
*   *   *   *   *
Madrugada. Despierto con angustia. No es una pesadilla. Es el recuerdo de aquel 27 de septiembre, hace 39 años. Un doloroso nudo en la garganta, retener, como entonces, lágrimas que se escapan. Rabia. Maldigo a los verdugos; desprecio a los que abandonaron entonces, y ahora, asco a los renegados y traidores. Aquel 27 de septiembre, se escribieron poesías, cantos, artículos denunciando el asesinato. Uno de ellos:

«Por vuestra noche de muros/en espera de la muerte, / que quema mi llanto mudo//La postrera soledad/ de vida que cae a gotas, / quiero-no puedo-contar.//En esas horas sin tiempo/ busco cinco rostros últimos,/mas, ¿cómo encontrar sus gestos?//Ay, las palabras que quedan/ sin decir, en vuestros labios…/¡Cómo en mis labios se aprietan!//¡Ay, los ojos desvelados/ que recogen formas últimas!/ Quiero-no puedo- mirarlos.//Latir vibrante de sienes que van a trizar al alba…/¡Si al viento gritar pudiese!// Horas de amargo callar/ de esta tierra ensombrecida/¡Dejadme, al menos, llorar!»
(Aurora Albornoz)

Podemos y la folletinización de la política: Pablo González o Felipe Iglesias

octubre 6, 2014 por  
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felipe iglesiasPor Ángeles Díez* |

Los últimos acontecimientos políticos -la creciente conflictividad social, el ascenso de una fuerza política inexistente hasta las elecciones europeas, la abdicación del rey Juan Carlos en su hijo y el despliegue del Escudo antimisiles estadounidense en la base militar de Rota-, evocan la máxima marxista de que los hechos y personajes de la historia aparecen primero como tragedia y luego como farsa . Aunque en el Estado español tragedia y farsa parecen entrelazarse sin mediar apenas un suspiro y las farsas, ¡ay las farsas! parecen darse de dos en dos.

pablo-felipeEl ascenso de Podemos no deja de recordarnos la meteórica ascensión del PSOE, también en una época en la que la conflictividad social iba in crescendo, lo viejo no acababa de morir, lo nuevo no acaba de nacer, la continuidad del régimen estaba en cierta forma amenazada por la deslegitimación del sistema político y los intereses geoestratégicos del imperio estaban poco confortables en un escenario tan inestable.

No soy la primera que, percibiendo las analogías, habla de una Segunda Transición aunque la mayor parte de los discursos que interpretan los acontecimientos actuales en esa clave suelen hacerlo a modo de justificación de la necesidad de renovar, de nuevo, el sistema político para garantizar la paz social, es decir, la estabilidad (económica y política) que nos saque de la crisis y nos lleve, de nuevo, al imaginario paraíso socialdemócrata: más consumo, más clase media, más trabajo, más… Son pocos los que trascienden el discurso exitoso de la renovación del régimen de la primera transición, ni siquiera desde posiciones de izquierdas.

Las analogías, que no identidades, son muchas pero lo que interesa analizar es el grado de locura de una sociedad como la nuestra a la que se le ofrecen las mismas respuestas a idénticos problemas y espera resultados distintos.

Esta nueva entrega de Transición cuenta con personajes renovados, más jóvenes, más guapos y mejor preparados. Un guión fiel a las profecías de las encuestas del CIS (Centro de investigaciones sociológicas) y en sintonía con la cultura preformativa postmoderna de unos jóvenes “sobradamente preparados”. No en vano, cuajada de jóvenes profesionales en precario, la propuesta política de Podemos elabora un producto a la medida de los resultados de las investigaciones sociológicas de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, utiliza las asambleas de los círculos a modo de “grupos de discusión” para su campaña de publicidad y los debates y críticas para ajustar el discurso y la puesta en escena. Del mismo modo, saca partido de mercancías tecnológicas como Appgree que monitorean las redes sociales y que ya mostraron su gran eficacia en crear ilusión participativa en el programa de televisión Gran Hermano.

Desde la eclosión de las movilizaciones que arrancaron en el 2003 con el No a la guerra hasta el estallido del 15 de Mayo del 2011, lo que está en juego en España es la legitimidad del sistema político en su conjunto. No de un partido en concreto, ni de una casta política o económica. La confluencia de una crisis de legitimidad política y la necesidad de un cambio de modelo económico hacia mayores cuotas de explotación dan lugar a que todas las fuerzas conservadoras se dirijan a garantizar la estabilidad. Especialmente en el ámbito político que es donde se juega la legitimidad, es decir, la aceptación o no del modelo de explotación. Sin esa estabilización parece difícil controlar a una población que históricamente se ha decantado bien por la revolución bien por el fascismo. De modo que, en estos momentos, del mismo modo que ocurrió en la primera Transición, todas las fuerzas del mal se ponen a la tarea la estabilización o de la paz social.

Un sistema político, como un barco, puede desarrollar una estabilidad estática (cuando las aguas están tranquilas) o dinámica (cuando hay olas y viento). Cuando esas aguas son turbulentas, como en el momento actual, la mejor opción parece ser cabalgar las olas, o las mareas. Esta opción supone apropiarse del discurso, es decir, contar historias porque, en un mundo civilizado, todos saben que convencer es más eficaz que vencer (reprimir). La dictadura franquista aun sin ser civilizada no renunció a contar historias a través del NoDo, noticiero con el que recreaba un país ficticio; Felipe González no escatimó en recursos narrativos prometiendo sacarnos de la estructura militar de la OTAN (aunque con lengua de serpiente). Ahora RTVE (Radio Televisión Española) toma el testigo del NoDo y el líder de Podemos nos cuenta que sin ser de izquierdas ni de derechas se pueden cambiar las relaciones de poder.

En el mundo de la política los relatos son los principales elementos de estabilización. Incluso si no son verosímiles basta con que se reconozca la sinceridad del que los emite o con apreciar que se trata de una buena actuación. El cinismo se hace consustancial al discurso político, pero también al discurso académico, y especialmente al mediático.

Hoy la vida política está dominada por los storytelling o la “folletinización” que permite a la clase política (la consolidada y la aspirante) conjurar la amenaza de muerte que los pueblos dictan en su contra desde el mismo momento en que son elegidos. Apropiarse del relato, de la lectura de los acontecimientos, es el principal pilar de la dominación. Pero también, la mejor forma de despejar las calles y llevar de nuevo a las personas al sillón de su casa delante del televisor. Como dijera la delegada del gobierno de Madrid, Cristina Cifuentes –refiriéndose a Podemos-, si ya los antisistema han aceptado el sistema, bajará la conflictividad social y la gente no tiene por qué manifestarse.

Ciertamente la política contemporánea es apenas otra versión del intercambio de mercancías, los políticos se venden como marcas (la imagen) y los electores se asemejan a los consumidores a los que se les venden los productos (partidos políticos) con relatos exitosos en folletos publicitarios (programas electorales). Ganar unas elecciones es pues tan complicado o tan sencillo como acertar en la campaña de marketing y conseguir los recursos necesarios para lanzarla. Esto lo sabía ya Felipe González y lo saben aún mejor los jóvenes expertos de Podemos.

Los estadounidenses son especialistas en esta “folletinización” de la vida política. No en vano las empresas de relaciones públicas -que es el nombre que reciben las empresas de comunicación que diseñan tanto campañas electorales como campañas de guerra-, junto con las empresas de armas son las que mueven más dinero en el mundo. La competencia en el mercado de la política se disputa en el campo de la comunicación y como han demostrado James Carville (director de la campaña de Bill Clinton), Karl Rove (el cerebro de Bush) y David Axelrod (conocido como el Narrador de Obama) la clave está en “conquistar la narración del mundo” En este campo no cabe duda de que las enseñanzas de Hollywood son dignas de tener en cuenta y nos sirven, a título de hipótesis, para entender el éxito electoral (presente y futuro) de Podemos y para comprender por qué, con el objetivo de la “estabilidad necesaria”, todas las fuerzas políticas se aproximan al patrón mediático de éxito que será también el del éxito electoral, y que los publicistas estadounidenses resumen en: 1) Contar una historia, 2) ser breve, 3) ser emocional .

De la misma forma que en la primera Transición el marketig electoral vino de la mano de Julio Feo, directivo de una empresa de publicidad norteamericana, los nuevos tiempos también tienen como referencia las campañas estadounidenses. En este caso, en la campaña de Obama de 2008 donde se consolidaron las claves de lo que ya son las campañas electorales de Europa, tal y como profetizaba el escritor Christian Salmon: dominio de la retórica, poder de escenificación, arte del relato y nuevas tecnologías digitales.

En esta segunda entrega de la Transición el nuevo partido, Podemos, extiende idénticas recetas: inevitabilidad de la aceptación de las reglas del juego político, pragmatismo, desideologización (ni de izquierdas ni de derechas) y oportunidad. Sólo resta por perfilar el difícil equilibrio entre la violencia que supone reconocer el conflicto y apostar por la paz social.

Es probable que la conflictividad social de finales de los setenta llevara el germen de una verdadera revolución socialista –así lo atestigua la inquietud de las instancias de poder, los viajes de Prado Colón de Carvajal (administrador privado del rey durante 20 años) a EEUU, etc. En cualquier caso, en ese momento, como entonces, la contención social implicaba un maquillaje político creíble, una figura joven y un proyecto emocional. Se daba la necesidad de contener el conflicto social tanto por la derecha como por la izquierda. Por la derecha se neutralizaría a los sectores fascistas con la figura del rey Juan Carlos –elegido por Franco y personalmente interesado en la continuidad del modelo-, por la izquierda, el PSOE se presentaría como la opción más realista para conjurar los demonios de una segunda guerra civil. El príncipe Felipe convertido en Rey supone ahora un intento, precipitado, por relegitimar la monarquía, la ampliación del tratado de utilización de las bases de Rota y Morón se saca de todas las agendas mediáticas para no mentar la bicha del “No a la Guerra” o “No a la OTAN” y los tecnoexpertos de Podemos despiertan, de nuevo, la ilusión de la renovación política.

Siguiendo con las analogías, tras la eclosión de las movilizaciones masivas del 15M, las mareas, las marchas, el cuestionamiento de organizaciones sindicales, partidos políticos, etc. hacían vislumbrar la posibilidad de una ruptura de efectos imprevisibles. Sin embargo, las dificultades para que toda esa movilización se convirtiera en organización, la paradoja de una sociedad indignada pero no lo suficiente como para romper la baraja, han creado las condiciones propicias para el triunfo de una tercera vía posibilista.

El votante-espectador quiere salir del shock pero sin coste, sin el inmenso esfuerzo de ser él el protagonista, el sujeto que es parte y toma partido, el sujeto que no elude el conflicto y asume riesgos. Felipe González o Pablo Iglesias son figuras intercambiables de ese deseo. Como entonces, se establece el par ilusión-desafección. El público elude el conflicto real, prefiere verlo representado, de ahí el éxito de las Tertulias. Pero además la magnitud de la crisis hace urgente que algo cambie.

Para unos, la situación personal es ya crítica, para otros, los jóvenes, presas del mal de la impaciencia y del mito edulcorado del mayo del 68 es la oportunidad que no se puede desaprovechar, es el aquí y ahora. La gente, dicen los promotores de Podemos, quiere “ganar ya”. Vivimos en un mundo virtual e instantáneo. El aquí y ahora se imponen sobre la durabilidad de los cambios, lo que Bauman llama el síndrome de la impaciencia. Igual que ocurre con el consumo de la comida precocinada se compra lo que antes había que hacer. Es decir, se opta por los atajos. La cultura postmoderna es la cultura del espectador, del mínimo esfuerzo y del camino más corto.

Los jóvenes contemporáneos, educados y formados para desplegar las virtudes del consumidor (el consumo aparece como la tabla de salvación de la economía) son caracterizados a la perfección por Bauman :“Hoy, las ansiedades de los jóvenes y sus consecuentes sentimientos de inquietud e impaciencia, así como la urgencia por minimizar los riesgos, emanan por un lado de la aparente abundancia de opciones, y por otro del temor a hacer una mala elección, o al menos a no hacer “la mejor disponible”; en otras palabras, del horror a pasar por alto una oportunidad maravillosa cuando aún hay tiempo (fugaz) para aprovecharla” . Este es el tipo mayoritario de jóvenes que se decantará por la nueva opción electoral.

Por otro lado, en el caso de las generaciones que vivieron la primera Transición emerge el sentimiento de “su última oportunidad”; conocen, porque la sufrieron, la experiencia del PSOE pero su momento vital les lleva a buscar-desear desesperadamente que ahora sea diferente. En este sentido Podemos funciona como un antibiótico de amplio espectro proporciona alivio a varias generaciones.

No creo en las conspiraciones, ni que la realidad sea el resultado prefijado de quienes teniendo en sus manos los hilos del poder nos mueven como marionetas. Tampoco creo que los sujetos que, en determinado momento son convertidos en protagonistas, tengan un plan más allá de perseguir sus propios intereses, o tal vez sus deseos. Pero sí se que, una mirada atenta y desprejuiciada nos permite encontrar un hilo narrativo, una explicación coherente de por qué pasan las cosas, quienes son los más interesados en que pasen de la forma en que pasan, cómo se promocionan y alimentan determinados procesos mientras que otros son bloqueados, silenciados y eliminados.

¿Por qué se vuelve tan relevante para la vida política y los medios de comunicación españoles un fenómeno como Podemos y por qué dejan de ser importantes las movilizaciones de miles de personas en todo el Estado el 22 de Marzo? ¿Por qué es más relevante cualquier actuación mediática del líder de Podemos que el genocidio palestino? Preguntas como estas nos ayudan a encontrar la lógica interna que explica el devenir político-social más allá de los dimes y diretes del show tertulítico.

Como señaló también Marx en el 18 Brumario. Hoy, la sociedad parece haber retrocedido más allá de su punto de partida; “en realidad, lo que ocurre es que tiene que empezar por crearse el punto de partida revolucionario, la situación, las relaciones, las condiciones, sin las cuales no adquiere un carácter serio la revolución moderna” .

Crear un punto de partida no puede hacerse desde la aceptación de las reglas del juego, tampoco desde la emoción etérea, ni siquiera desde la pura retórica, menos aún desde la butaca de nuestro salón que es donde están, en estos momentos, la mayoría de los futuros votantes de Podemos. Esperemos que los cientos de mujeres y hombres comprometidos y bien intencionados que se han prestado a filmar, producir, actuar y participar de diversas formas en esta nueva entrega de la Transición sean capaces de sobreponerse a la frustración y la impotencia, y que en algún momento, ojalá sea pronto, pueda retomarse la construcción de un punto de partida que, si pretende resolver los problemas planteados será dando soluciones distintas, es decir, revolucionarias.

Madrid 28 de septiembre 2014
* Dra. en Ciencias Políticas y Sociología, profesora de la Universidad Complutense de Madrid (UCM)

Ciudadanía, unidad y ruptura democrática

septiembre 25, 2014 por  
Publicado en: Artículos, Destacado

Por J. Romero. La Unidad Popular por la que nuestro partido trabaja desde hace años va camino de tener al menos una primera expresión electoral para las próximas municipales y autonómicas, en la forma de Plataformas Ciudadanas, sobre todo en las grandes ciudades y Comunidades Autónomas, aunque aún es pronto para asegurar sin lugar a dudas que esta tendencia se ha consolidado.
Nuestro Partido  siempre ha defendido la necesidad de unir a la izquierda en torno a un programa común de mínimos, por eso, allá donde sea posible, impulsaremos estas y otras formas de unidad que  permitan lograr ese objetivo. Pero insistimos en que para que ese programa sea posible, la ruptura con el régimen monárquico que sustenta el poder de la oligarquía empresarial y financiera debe ser un eje fundamental. Dicho de otra forma: quien, apenas un mes después de que el régimen haya probado su absoluto desprecio a la soberanía popular  imponiendo la sucesión de Felipe VI en dos semanas, pretenda que la unidad de la izquierda se realice sin romper con la monarquía continuista, contribuye objetivamente a sostener el statu quo y a evitar que la lucha popular se imponga a la miseria política reinante.
Decimos esto porque, a rebufo de esta tendencia hacia la unidad de la izquierda, estamos asistiendo al resurgir de una serie de corrientes oportunistas, que podemos agrupar bajo el término general de “ciudadanistas”  que presentan como primera característica común, que debemos desenmascarar, el interclasismo, cuya consecuencia en términos políticos es la renuncia a llevar la lucha contra el régimen hasta sus últimas consecuencias1. con el argumento de que en las elecciones Municipales y Autonómicas debe hablarse únicamente de problemas ciudadanos, no de modelos políticos generales.
El término “ciudadano” resume el sujeto de su acción política. Y no es un término neutro. Ya no existen clases. O mejor dicho, bajo un término como ese que pretendidamente unifica los intereses inmediatos de las distintas clases y sectores populares, se quiere evitar que la clase obrera mantenga su independencia ideológica y pueda llegar a dirigir la lucha democrática planteada en España.
Quienes bienintencionadamente, apuestan ahora por el “ciudadanismo” como la máxima expresión de la tendencia unitaria de la izquierda,  olvidan que el régimen que ahora se descompone, pudo consolidarse precisamente porque se aparcaron las principales reivindicaciones democráticas del movimiento popular y se apartó al proletariado de su papel como dirigente político.
La consolidación de la monarquía se tradujo en la institucionalización de la izquierda que ignoraba la lucha de clases, la consolidación del bipartidismo entre dos fuerzas igualmente dinásticas y sometidas a los intereses de la oligarquía y la desarticulación de las organizaciones populares que enlazaban las luchas sociales en barrios, centros de estudio, etc., a las que se especializó en  la “gestión” de las demandas concretas, separando éstas de los objetivos políticos generales. Como consecuencia, la movilización social se convirtió en un ritual. No tenía otro objeto reconocido que el de reforzar en la calle el peso de sus representantes en las instituciones, en las que todo se reconducía según los principios del consenso interclasista propios de una constitución que nosotros denunciamos como limitada desde el principio. Durante más de treinta años hubo pocas excepciones a este marco general. Se crearon así las condiciones para un paulatino debilitamiento ideológico y político del proletariado y de sus organizaciones. Solo ocasionalmente, cuando afloraban las contradicciones, se producían explosiones caracterizadas siempre por la falta de relación entre los objetivos concretos y los políticos generales. Estos esporádicos estallidos se daban en general en el movimiento obrero, con movilizaciones muy combativas, pero aisladas y dispersas (contra la destrucción del sector siderúrgico o naval durante el proceso de desindustrialización, por ejemplo) o convocatorias de Huelga General cuyo objetivo era meramente defensivo o economicista (entonces, también, lo prioritario era la movilización y la reivindicación social; las cuestiones de principios ideológicos o políticos se aparcaban: ahora vemos las consecuencias de este abandono de la lucha de clases)
Mucho ha llovido desde entonces; la sucesión borbónica a la carrera, es el último acto de un largo proceso de degradación del régimen continuista. Hoy, la movilización social es fuerte,  como consecuencia de una presión brutal de la oligarquía que ha roto su pacto con la izquierda institucionalizada y aplica sin concesiones un programa de recortes cuyas consecuencias sociales son abrumadoras: ha arrojado al paro a más de seis millones de trabajadores, degradado las condiciones de vida y proletarizado muchos sectores de la pequeña burguesía.
El caso es que repunta la movilización social; y precisamente porque repunta  y amplios sectores sociales empiezan a percibir las causas políticas de la situación de alarma social que vivimos, es preciso no perder de vista los objetivos generales. Los “ciudadanistas”, sin embargo, consideran que sin establecer claramente los objetivos de la clase obrera en la lucha de clases entablada, es posible ganar la batalla democrática. Pero, el pueblo se enfrenta a un Estado que, como señala acertadamente PODEMOS en su borrador de ponencia política: “…no ha visto mermada su capacidad de ordenar el territorio y monopolizar la violencia…no vive importantes fisuras en sus aparatos y…no parece que vaya a sucumbir por acometidas de movilización social más o menos disruptiva”. Esa es la cuestión, no es posible hacer avanzar las demandas populares sin cambiar los cimientos del modelo político; únicamente se puede derrotar al común enemigo de clase, enfrentándose a él en términos políticos, arrebatándole el instrumento del que se vale para imponer su dominio: el Estado. Y eso no se logra con indefinición, sino, bien al contrario, planteando claramente el problema en sus términos políticos y no solo en las cuestiones formales democráticas. Por eso mismo, nosotros afirmamos que la experiencia histórica del proletariado  prueba contra toda duda que crear falsas ilusiones sobre la posibilidad de articular un “contrapoder” popular obviando las contradicciones de clase y la expresión histórica concreta de la lucha de clases, únicamente lleva a la derrota de quien no tiene el poder efectivo y real, que se mide en términos de control de los medios de coerción y violencia, la estructura jurídica, administrativa y política, los mecanismos del Estado que permiten (esa es la razón de ser del Estado) el dominio de una clase sobre las demás, aunque sea una minoría tan clamorosa como lo es en España. Y, por eso mismo decimos que ocultar ese objetivo supone, no solo debilitar el papel central de la clase obrera en la lucha, sino llevar la propia lucha democrática a un callejón sin salida. Cierto es que nosotros hemos sido los primeros en combatir las posiciones doctrinales de algunos radical oportunistas y hemos defendido la necesidad de acuerdos tácticos entre las distintas clases y sectores populares, frente a un enemigo común. Pero lo que decimos es que estos acuerdos presuponen la independencia orgánica y política del proletariado, y no deben darse a costa de olvidar el objetivo de superación del capitalismo y construcción revolucionaria del socialismo, que supone la meta del proletariado. Ese empeño tiene en España una expresión táctica común a la de los sectores de la burguesía interesados también en acabar con el dominio de la oligarquía, que no es otra que la necesidad de poner fin y superar el régimen que da sustento a ese dominio, la monarquía continuista para constituir una República Popular y Federativa.
Algunos sectores de la pequeña burguesía han entrado con fuerza en la lucha política aprovechando el desgaste de la izquierda institucional (a la que, hasta ahora han apoyado con pocos “matices”). Y lo hacen con decisión e inteligencia, pero con la indeterminación política que caracteriza a su clase, que bascula siempre entre el proletariado y la burguesía. Y es en este sentido en el que las corrientes oportunistas del “ciudadanismo”, aún reconociéndose de una forma más o menos ambigua, según los casos, como progresistas o de izquierda, practican una especie de “deconstrucción” de los objetivos políticos, con la excusa de articular así “los desconciertos y las identidades colectivas”. Se trataría de dar solo respuestas técnicas a las necesidades inmediatas de las clases populares en los barrios y ciudades, dejando de lado los objetivos generales, por no ser, a su juicio, prioritarios. Este ocultamiento de los objetivos políticos tiene distinta graduación. En ocasiones, es claro; es el caso, por ejemplo, del Círculo de Podemos en Huesca, que rechazó la propuesta de participar en una Plataforma electoral unitaria en la que están IU, CHA, EQUO y RPS, con argumentos como estos: <<…”la unidad popular” va mucho más allá que la unión de organizaciones, siempre subordinada a objetivos políticos fundamentales, pues en otro caso no sirve…y para lograrla son irrelevantes los dogmas, las banderas y doctrinas que cada cual levante>>. Claro que, quienes esto afirman recurren a una monstruosa falsificación histórica al afirmar en su escrito que: <<…”formulaciones” como los “frentes populares”,…, actuaron abiertamente como mantenedores del capitalismo>>.
Incluso, algunos “marxistas” que abrazan ahora con fervor el “ciudadanismo”, para justificar su renuncia a que el proletariado intervenga con sus propias posiciones en la lucha democrática, se escudan en la actitud de Lenin, de la que resaltan su capacidad de adaptación a las situaciones cambiantes, frente a la actitud de los doctrinarios socialdemócratas que terminaron traicionando y vendiendo la revolución.
Pero esta posición no es más que una impostura antimarxista, pues aunque una de las claves de la revolución soviética fue efectivamente la capacidad de análisis de los bolcheviques que siempre supieron determinar los cambios en la situación política para adaptar la táctica a ellos, ni Lenin, ni los bolcheviques ocultaron nunca sus objetivos revolucionarios; de hecho, Lenin siempre previno al proletariado frente a las mixtificaciones de los oportunistas que embellecían continuamente el capitalismo, engañando al proletariado con frases sobre la democracia absoluta y defendía la dictadura del proletariado frente a las posición de los Kautsky y cia, quienes afirmaban cosas como esta: “La dictadura del proletariado era para Marx una situación que resulta necesariamente de la democracia pura si el proletariado constituye la mayoría” (La cita de Kautsky está tomada de “La revolución proletaria y el renegado Kautsky” de V-I. Lenin)
En definitiva, la pregunta es: ¿qué es prioritario precisamente ahora, sino un cambio radical del modelo de Estado? Lenin escribía en “Dos Tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática”: <<…La transformación del régimen económico y político en Rusia en el sentido democrático- burgués es inevitable e ineluctable…Pero de la combinación de la acción de las dos fuerzas en presencia, (a saber, la burguesía y el proletariado) creadoras de esta transformación, puede resultar dos desenlaces…Una de dos: 1) o las cosas terminan con la “victoria decisiva de la revolución sobre el zarismo, o 2) no habrá fuerzas suficientes para la victoria decisiva y las cosas terminarán con un arreglo entre el zarismo y los elementos “inconsecuentes” y “egoístas” de la burguesía”
No son las mismas circunstancias, ni en España hay realmente una “revolución” democrática en curso, pero lo que queremos resaltar con esta cita es la necesidad de entender que en la lucha democrática que tenemos entablada, si no logramos articular la unidad de los sectores interesados en ella, en torno al objetivo político de la ruptura, si las organizaciones que deben organizar la defensa de los intereses de clase del proletariado, renuncian a ella, para reclamar “una rebelión cívica que apueste por la democracia radical, el bien común y la justicia social”2 sin arrebatar los instrumentos para conseguirlo a la minoría oligárquica que nos explota,  todo puede terminar en un acuerdo formal que cambie algo, para que todo siga igual.
—————–
1.- El “ciudadanismo” ha llegado incluso al núcleo del oportunismo sindical de derechas. Así, por ejemplo, el Consejo Regional de Madrid de la FSC de CCOO (por cierto una federación cuyos máximos dirigentes han apoyado todos los pactos de la mayoría confederal, incluido el pensionazo de 2.012 y que se distingue por su constante represión contra los sindicalistas de clase y mantiene abierto el expediente para expulsar a 11 cuadros críticos, del sector ferroviario) acaba de aprobar un informe en el que reclama la convocatoria de una Huelga General con dos únicos objetivos: la renta Básica y la vivienda.

2.- Estos objetivos, tomamos del llamamiento de “Ganemos Murcia”, son un ejemplo de los conceptos místicos, idealistas y pequeño burgueses que encontramos en la mayoría de las corrientes “ciudadanistas”.

Dos varas de medir y mucho cinismo e hipocresía

septiembre 25, 2014 por  
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por Raúl Marco. Quien esto escribe participó activamente en el apoyo a la lucha del pueblo argelino, en la guerrilla del EPL (Colombia)¸ con el Malalik, guerrilla del Frente de Liberación del pueblo de Tigré (Etiopía). En varias ocasiones he coincidido con periodistas, médicos sin fronteras, en fin, con personas a veces ajenas a mi ideología, otras no.
En todo momento en nuestros contactos prevaleció el sentido de la justicia de ayudar a pueblos que se rebelan contra la opresión social, colonial, contra la represión, tantas veces cruel y despiadada; denunciábamos la hambruna, qué sigue azotando a millones de seres en África, en América , en Asía, el  Próximo, Mediano y Lejano Oriente,  ( y ya también en países de Europa, véase por ejemplo el caso de los niños en España, donde uno de cada cuatro pasa hambre)  miseria que contrasta con la indecente opulencia y ostentación de las castas dominantes enfeudadas, en muchos casos, a los todopoderosos grupos financieros. Lejos, muy lejos de mí, justificar el asesinato del periodista estadounidense Foley; mi condena, sin paliativo alguno, contra los yihadistas del llamado Estado Islámico, fanáticos religiosos, retrógrados y oscurantistas. A lo largo de la Historia, la religión ha sido utilizada como justificación, de guerras de conquista y colonización, de matanzas, de tropelías… Y en esas seguimos, mas no solo por los fanáticos del E. Islámico.
El “horror” que manifiesta ese Nobel de la  Paz, Obama, por el brutal asesinato del periodista suena a burla cruel, a cinismo cómplice. EE.UU. lleva más de veinte años interviniendo militarmente en Iraq, sumió al país en el Medievo, bombardeó y organizó matanzas utilizando la mentira, falsas pruebas para justificar su agresión. Lo que hay hoy en Iraq es obra suya y de sus cómplices. Clama al cielo Obama con cinismo sólo igualado, a veces superado, por sus predecesores en la Casa Blanca. Mas ante la barbarie llevado a cabo en desde julio a agosto por el gobierno de Netanyahu contra el pueblo palestino el presidente de EE.UU., no sólo mira para otro lado, dice lamentar la situación, pero aumenta aún más la ayuda militar y económica a Israel. Poco le importan las decisiones de la ONU (Israel no ha respetado ninguna) Y sus “aliados” o quizá sea más justo decir “súbditos”, llámense ahora Cameron, Hollande, Rajoy…se inclinan ante el emperador yanqui.
Los nazisionistas de  Israel cometen asesinatos desde hace decenas de años, ocupan tierras, expulsan a sus habitantes palestinos, destruyen casas, incluidos los colegios y hospitales bajo protección de la ONU; practican la tortura como método de investigación, al igual que hiciera la Inquisición, los nazis, los franquistas, y muchas de las mal llamadas democracias.
Ya no estamos en la Edad de las cavernas, pero al ver la actuación del Estado de Israel parece como si retornásemos a ella. Las actuaciones y declaraciones no sólo de los dirigentes sobre Palestina y los palestinos son reveladoras: El rabino Eli Ben-Dahan declaró en un programa radiofónico “Creo que los palestinos no merecen vivir, no son más que criminales” (“Punto final” agosto de 2014) Estas declaraciones las hizo el piadoso rabino para justificar los bombardeos que el Ejército sionista llevaba a cabo, a diario, contra la población de Gaza. En esos mismos días Martín Sherman dirigente del Instituto Israelí de Estudios Estratégicos afirmó con soberbia y odio mal contenido, “La única solución duradera requiere el desmantelamiento de Gaza  (léase destrucción y ocupación), la reubicación humanitaria de la población árabe no beligerante, y la extensión de la soberanía israelí sobre la región”. Está muy claro no hay para los nazisionistas más solución que la de ocupar toda la región, no sólo Gaza, para que la Palestina ocupada y la no ocupada quede en manos de Israel, un Estado nazi sionista; expulsar a sus habitantes no beligerantes (¿y a los beligerantes?), más de lo mismo, pues la expulsión de los palestinos se mantiene como limpieza étnica desde 1948; la ocupación y colonización de tierras palestinas ídem de ídem.
El alto el fuego “indefinido” acordado a finales de agosto, es uno más a lo largo de los últimos decenios, Hamás lo presenta como una “victoria de la resistencia”, y el gobierno de Netanyahu como un duro golpe asestado a los palestinos. Lo cierto es que la franja de Gaza, según cifras de la ONU, necesitará unos 4.500 millones de euros (que saldrán de la ayuda internacional, no del gobierno sionista), para reconstruir sólo lo destruido por Israel. En la agresión sionista han muerto cerca de 2.500 palestinos, unos 600 niños y miles de heridos. Del lado israelí 64 militares, un  niño, y un centenar de heridos.La disparidad de estas cifras no impide que tanto el nobel de la paz, Obama y sus  socios Cameron, Hollande, Merkel, Rajoy, etc., etc. hablen  como si se tratase de enfrentamientos en igualdad de condiciones, como si no hubiese agresores y agredidos, usurpadores y usurpados, víctimas y verdugos.
Como señala el periódico Opción de Ecuador, “…la precaria pacificación que a veces se vive en esta región se parece al silencio de los cementerios después de la nueva invasión y de la matanza colectiva, pública y ampliamente tolerada y apoyada por las potencias capitalistas mundiales“.
Los imperialistas, no solo los sionistas, tratan de  confundir, por ejemplo afirman que el problema es Hamás, cuando la realidad es que el problema es el nazisionismo de Israel. Hamás es una organización más que busca la unidad de acción con las otras fuerzas palestinas. Son los  gobiernos de Israel, los que aplican un colonialismo activo y continuado, una limpieza étnica a cámara lenta, un terrorismo de Estado apoyado por sus propias leyes, como es la tortura, el asesinato selectivo, los bombardeos de población civil.
Las fuerzas palestinas, plantean internacionalmente, la recuperación de su país, con Gaza y Cisjordania y como capital Jerusalén Este, es decir volver a las fronteras de 1967. Necesitarán todo el apoyo y solidaridad de los pueblos del mundo.
Desde el anuncio por la Autoridad Palestina de su intención de constituir un gobierno de unidad nacional y la reunificación de Gaza y Cisjordania, el gobierno de Israel ha puesto todo su empeño en socavar la reconciliación entre palestinos y la reunificación política de los territorios, ha anunciado la construcción de más colonias israelíes en Cisjordania y Jerusalén  y amenaza con  incrementar los ataques contra la población palestina.
La solidaridad de los pueblos de España con la justa causa se desarrolla y es activa. Es preciso denunciar al gobierno que continúa realizando negocios con el Estado sionista , incluida la venta de armas, armas que son utilizadas contra la población palestina, algo que Rajoy hoy, como ayer Zapatero, Aznar, González, sabían perfectamente. Hay que exigir que cese ese comercio criminal. Y lo mismo a esos gobiernos de las autonomías, como Cataluña, Extremadura y Andalucía que practican esa política contra el pueblo palestino.

Organización y organización de clase

septiembre 6, 2014 por  
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MinerosPor J. Romero |

Junto a la indeterminación política, la moda pequeñoburguesa del “ciudadanismo” proclama la obsolescencia de la organización de clase, centralizada y permanente: las plataformas ciudadanas, dicen, permiten que la gente (los ciudadanos) participen en sus problemas reales; los partidos son estructuras esclerotizadas que no facilitan la participación de la gente en sus asuntos; los grandes objetivos políticos, los ideales (la ideología), hacen que la ciudadanía pierda interés en los problemas “que tienen solución”; la rigidez de la organización política les aleja de la política, por eso se necesitan formas más flexibles y más difusas de militancia.

Ahora bien, la tendencia pequeñoburguesa en la organización no es nueva, ni es propia de España. La hemos visto aparecer en otros países, en situaciones de crisis política: Los Verdes alemanes (1), el Partido Radical Transnacional de Marco Pannella en Italia, el Movimiento de los Forajidos en Ecuador (2), son otros tantos ejemplos de “nuevos modelos organizativos”. Su resultado ha quedado probado: se diluyeron o derivaron en formaciones políticas rígidamente centralizadas e implicadas objetivamente en el sostenimiento del capitalismo. Y en todos los casos contribuyeron a desviar al proletariado de su objetivo revolucionario.

Todos estos ejemplos usaron como banderín de enganche el rechazo a la política y al modelo de partido “tradicionales”, el desprecio a los políticos como casta de técnicos ineficientes, la exaltación de las formas espontáneas de intervención política, la dispersión de sus objetivos, la exacerbación de las formas “democráticas” burguesas y la aceptación del sistema, que únicamente se proponen hacer más eficiente, etc.

¿Es necesaria la organización?

Que la organización centralizada es imprescindible para intervenir en la vida política no lo decimos solo los leninistas. Incluso un abanderado de las formas más dispersas de organización, como J.C. Monedero, señalaba recientemente: «Si alguien en un círculo dice una cosa, otro la contraria en otro lado y cada uno dice lo que le viene en gana… qué bien, qué libres somos, pero esto no es entonces una formación política. …la tensión justa entre ejecución y participación sólo se encuentra de manera dialéctica con mucha deliberación» (entrevista en Público.es, 1/6/2014). Cabría añadir que tras esa fórmula mágica (la deliberación), finalmente, la tensión dialéctica solo puede resolverse con la ejecución de lo acordado; por lo que, al final, su modelo de organización sirve para lo que todos: establecer unas normas de adopción de las decisiones (que necesariamente deben incorporar una estructura orgánica), priorizar los objetivos acordados, controlar su aplicación, garantizar la participación de los militantes y delegar la dirección de los asuntos en órganos específicos (3).

Claro que la táctica política está sujeta a cambios y, por tanto, es preciso garantizar un debate constante en la organización para adecuarla a las modificaciones que se producen, máxime en situaciones tan fluidas como la actual; pero las decisiones deben ser aplicadas si se quiere hacerlas viables y contrastar su idoneidad con la realidad.

¿Es necesaria la organización de clase?

Para el “ciudadanismo”, la lucha política se reduce a un problema técnico: determinar cuál es la opinión de la mayoría y aplicar su decisión. Se olvida que, en una sociedad dividida en clases, una de ellas (la que ostenta el poder político) impone a las demás no solo un determinado modelo económico, social, cultural, ideológico, etc., sino unas reglas jurídicas e instituciones que condicionan totalmente las relaciones políticas.

Por esa razón, los intereses de los distintos sectores deben articularse de forma permanente en estructuras orgánicas con reglas claras y unificadas para establecer los objetivos colectivos, de clase. Sólo así podrán expresar en la lucha política sus propias reivindicaciones. Lenin señalaba: «…Los marxistas entienden… que… para que las masas de determinada clase puedan comprender sus intereses y su situación, aprender a aplicar su política, es necesaria, cuanto antes y por encima de todo, la organización de los elementos más avanzados de la clase, aunque al principio sólo constituyan una parte ínfima de la misma».

Y, si las formas de organización están mediadas por los intereses de la clase a los que sirven, toda organización que se defina a sí misma como ajena a la división de clases podemos calificarla como burguesa, porque sólo la burguesía considera que el modelo social actual, el capitalista, es el único realmente posible, y por lo tanto entiende que no existen intereses de clase que deban organizarse de forma independiente. Esa es la razón por la que la burguesía ve “ciudadanos” y no trabajadores, y considera tanto la organización como la lucha política algo ajeno a la lucha de clases.

No nos engañemos: la lucha de la clase obrera por su objetivo central, el derrocamiento revolucionario del capitalismo, le enfrenta a una clase, la burguesía, que lleva decenios controlando un poderoso aparato de coerción, tiene a su servicio un ejército de especialistas en las más diversas materias capaces de legislar, crear opinión, intoxicar y desinformar, conoce los “secretos” de la administración, dispone de una red de relaciones e interconexiones internacionales enorme, etc. Y la mejor prueba de lo que decimos la dan los medios de comunicación ligados a sectores “más inteligentes” de la oligarquía, que están promoviendo activamente alguna de estas corrientes pequeñoburguesas, para intentar debilitar la organización independiente del proletariado.

Por eso, enfrentarse a ella requiere determinación y firmeza políticas y una organización centralizada que las garanticen, que establezca qué objetivos son los prioritarios en cada momento y supedite a ellos los demás, mediante el análisis, la toma de decisiones y el control de su aplicación colectivos y una rígida disciplina consciente que garantice el cumplimiento de los acuerdos, etc. (ver artículo «Sobre el centralismo democrático» en Octubre, nº 74).

El modelo leninista de partido entiende la organización proletaria como un instrumento que agrupa al sector más lúcido, de vanguardia, del proletariado; como algo más y distinto a una suma de sectores y sensibilidades: su función es dotar de objetivos emancipadores a las luchas parciales, orientándolas hacia la superación revolucionaria del capitalismo, dirigir y centralizar todos los esfuerzos hacia este objetivo. Puede, por tanto, llegar a acuerdos tácticos con otras organizaciones ajenas a la clase obrera, pero no diluirse en ellos.

Sin embargo, para los oportunistas de todo tipo, no existe una identidad única para toda la clase y, por tanto, la organización central y centralizada, expresión de esa identidad de clase, se fragmenta en una suma de identidades parciales que se constituyen en centro del interés y de la actividad de cada militante. Y esta dispersión de objetivos tiene una lógica relación con la renuncia de todas estas corrientes al objetivo central del proletariado, que es la superación del capitalismo.

El modelo leninista es, por esa razón, centro de los ataques de las diversas corrientes oportunistas y pequeñoburguesas que intervienen en el campo popular. Frente a la organización centralizada, ellas levantan el “libre pensamiento”, la dispersión organizativa, la militancia sin compromiso, con asambleas decisorias “no presenciales” u otras fórmulas de moda según los tiempos; frente a los principios de clase, ellas propugnan el interclasismo: tendencias todas que llevan a la inoperancia o a una mayor centralización, por cuanto no garantizan unas reglas claras que permitan al militante participar realmente en la vida orgánica.

Alguna de estas corrientes se define como “anticapitalista”, pero no se plantean la superación revolucionaria del capitalismo, sino únicamente su reforma: solo quieren corregir sus imperfecciones, volver, como señalaba Lenin, al capitalismo “bueno” de libre competencia que respeta las libertades democráticas (esa fue la bandera de la burguesía en su lucha contra el Antiguo Régimen, hasta que logró controlar el estado y convertirlo en su instrumento de dominación de clase). Para evitar las crisis y recuperar la normalidad democrática, basta con atajar las imperfecciones concretas del capitalismo: no es necesario destruirlo, basta con eliminar la casta ineficiente que sirve al estado capitalista, castigar la ineficiencia de los “políticos”, y establecer métodos novedosos para que opine la mayoría. No comprenden (o no quieren comprender) que, para garantizar estas cuestiones, es preciso ejercer una presión política contra la minoría oligárquica y echar abajo el régimen que sustenta su dominio.

¿Es más democrático el modelo disperso de organización?

No faltan experiencias históricas de que la aparente libertad orgánica del anarquismo, por ejemplo, contradice frontalmente su obsesión conspirativa, que le llevó, ya en los albores de la organización proletaria, en el s. XIX, a depender de pequeños núcleos de activistas y de la personalidad de un reducidísimo número de dirigentes. Su tendencia a la dispersión y su rechazo de la lucha política condujeron, por otra parte, a dolorosas derrotas frente al enemigo de clase.

Tampoco faltan ejemplos recientes que apuntan en ese mismo sentido. Así, en España, tras la muerte de Franco, conforme la izquierda “marxista” abandonaba el principio leninista de organización, fue imponiéndose un modelo más liberal (en el pleno sentido burgués del término). En él, cada “jefe de filas” marcaba su propia línea y establecía compromisos con sus pares, formando familias y capillas que han terminado por minar la vida democrática interna; los grupos de representación institucional se independizaron del control de la organización (si cada “barón” era libre de decidir si aplicaba o no los acuerdos colectivos, ¿por qué razón los diputados o alcaldes debían sujetarse a ellos?), y terminaron controlando la actividad política de la organización, etc.

En definitiva, desde hace muchos años, amparado en una liberalización formal de la militancia, en un relajamiento de la disciplina, se impuso en realidad un modelo de organización disperso, en el que cada militante tenía formalmente la posibilidad de intervenir sin sujetarse a ningún cauce orgánico, pero el control real y efectivo pasaba cada vez en mayor medida a un aparato reducido y dividido, sin objetivos comunes: un modelo antidemocrático, además de ineficaz.

Frente a las modas que diluyen la fuerza política del proletariado en una indeterminación constante y pretenden convertir su organización en un instrumento inútil, los comunistas no debemos olvidar ni por un instante lo que señalaba Lenin: «la inevitabilidad de la lucha de clase del proletariado por el socialismo contra la burguesía y la pequeña burguesía más democráticas y republicanas… de la que se desprende la necesidad absoluta de que tenga un partido propio, independiente y rigurosamente clasista» (Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática). Política y organización de clase son conceptos dialécticamente relacionados.

 

(1) La evolución del Partido Verde alemán queda perfectamente definida al decir que, nacida como una formación ecopacifista, fue un ministro de ese partido, Joschka Fischer, el que ordenó el despliegue de un contingente militar alemán para intervenir en acciones de combate fuera de sus fronteras, por primera vez desde la II Guerra Mundial.

(2) En Ecuador, al calor de la lucha popular contra Lucio Gutiérrez, se aireó el éxito (que resultó efímero) de un movimiento pretendidamente “espontáneo”, contra la tiranía de la partitocracia. Este movimiento de los Forajidos, potenciado y articulado por la socialdemocracia y la democracia cristiana, con medios controlados por la burguesía (radios, periódicos, etc.), fue saludado por algunas fuerzas españolas de izquierda como ejemplo de una nueva corriente política capaz de articular a las más amplias masas populares y situarlas bajo la dirección de “movimientos sociales” libres del control de los partidos “tradicionales”. Terminó preparando el terreno para que Rafael Correa y su “revolución ciudadana” dirigida por el “Movimiento Alianza País”, se hicieran con el gobierno de Ecuador, sobre unas bases “ciudadanistas”. La política populista de Correa ha ido derivando paulatinamente hacia formas autoritarias y la represión de las organizaciones de la clase obrera ecuatoriana son una constante de su actuación.

(3) «…Corresponde a la Asamblea Ciudadana Estatal, o los órganos en los que delegue, todas las decisiones relativas a las líneas básicas de acción política general, los objetivos organizativos, las vías de financiación, la representación…, la planificación de las estrategias electorales en todos los niveles territoriales, la definición de acuerdos o eventuales alianzas con otros grupos sociales o políticos». Principios Organizativos de Podemos. Pre-borrador, punto  9 (el subrayado es nuestro).

Ciudadanía, unidad y ruptura democrática

septiembre 6, 2014 por  
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unidad clase trabajadoraPor  J. Romero |

La Unidad Popular por la que nuestro partido trabaja desde hace años va camino de tener al menos una primera expresión electoral para las próximas municipales y autonómicas, en la forma de Plataformas Ciudadanas, sobre todo en las grandes ciudades y Comunidades Autónomas, aunque aún es pronto para asegurar sin lugar a dudas que esta tendencia se ha consolidado. Nuestro Partido siempre ha defendido la necesidad de unir a la izquierda en torno a un programa común de mínimos; por eso, allá donde sea posible, impulsaremos estas y otras formas de unidad que permitan lograr ese objetivo. Pero insistimos en que, para que ese programa sea posible, la ruptura con el régimen monárquico que sustenta el poder de la oligarquía empresarial y financiera debe ser un eje fundamental.

Dicho de otra forma: quien, apenas un mes después de que el régimen haya probado su absoluto desprecio a la soberanía popular imponiendo la sucesión de Felipe VI en dos semanas, pretenda que la unidad de la izquierda se realice sin romper con la monarquía continuista, contribuye objetivamente a sostener el statu quo y a evitar que la lucha popular se imponga a la miseria política reinante.

Decimos esto porque, a rebufo de esta tendencia hacia la unidad de la izquierda, estamos asistiendo al resurgir de una serie de corrientes oportunistas, que podemos agrupar bajo el término general de “ciudadanistas”, que presentan como primera característica común, que debemos desenmascarar, el interclasismo, cuya consecuencia en términos políticos es la renuncia a llevar la lucha contra el régimen hasta sus últimas consecuencias (1),con el argumento de que en las elecciones Municipales yA utonómicas debe hablarse únicamente de problemas ciudadanos, no de modelos políticos generales.

El término “ciudadano” resume el sujeto de su acción política. Y no es un término neutro. Ya no existen clases. O mejor dicho, bajo un término como ese, que pretendidamente unifica los intereses inmediatos de las distintas clases y sectores populares, se quiere evitar que la clase obrera mantenga su independencia ideológica y pueda llegar a dirigir la lucha democrática planteada en España.

Quienes, bienintencionadamente, apuestan ahora por el “ciudadanismo” como la máxima expresión de la tendencia unitaria de la izquierda, olvidan que el régimen que ahora se descompone pudo consolidarse, precisamente, porque se aparcaron las principales reivindicaciones democráticas del movimiento popular y se apartó al proletariado de su papel como dirigente político.

La consolidación de la monarquía se tradujo en la institucionalización de la izquierda que ignoraba la lucha de clases, la consolidación del bipartidismo entre dos fuerzas igualmente dinásticas y sometidas a los intereses de la oligarquía, y la desarticulación de las organizaciones populares que enlazaban las luchas sociales en barrios, centros de estudio, etc., a las que se especializó en la “gestión” de las demandas concretas, separando éstas de los objetivos políticos generales. Como consecuencia, la movilización social se convirtió en un ritual. No tenía otro objeto reconocido que el de reforzar en la calle el peso de sus representantes en las instituciones, en las que todo se reconducía según los principios del consenso interclasista propios de una constitución que nosotros denunciamos como limitada desde el principio.

Durante más de treinta años hubo pocas excepciones a este marco general. Se crearon así las condiciones para un paulatino debilitamiento ideológico y político del proletariado y de sus organizaciones. Solo ocasionalmente, cuando afloraban las contradicciones, se producían explosiones caracterizadas siempre por la falta de relación entre los objetivos concretos y los políticos generales. Estos esporádicos estallidos se daban en general en el movimiento obrero, con movilizaciones muy combativas, pero aisladas y dispersas (contra la destrucción del sector siderúrgico o naval durante el proceso de desindustrialización, por ejemplo), o convocatorias de Huelga General cuyo objetivo era meramente defensivo o economicista (entonces, también, lo prioritario era la movilización y la reivindicación social; las cuestiones de principios ideológicos o políticos se aparcaban: ahora vemos las consecuencias de este abandono de la lucha de clases).

Mucho ha llovido desde entonces; la sucesión borbónica a la carrera es el último acto de un largo proceso de degradación del régimen continuista. Hoy, la movilización social es fuerte, como consecuencia de una presión brutal de la oligarquía, que ha roto su pacto con la izquierda institucionalizada y aplica sin concesiones un programa de recortes cuyas consecuencias sociales son abrumadoras: ha arrojado al paro a más de seis millones de trabajadores, degradado las condiciones de vida y proletarizado muchos sectores de la pequeña burguesía.

El caso es que repunta la movilización social; y precisamente porque repunta y amplios sectores sociales empiezan a percibir las causas políticas de la situación de alarma social que vivimos, es preciso no perder de vista los objetivos generales. Los “ciudadanistas”, sin embargo, consideran que sin establecer claramente los objetivos de la clase obrera en la lucha de clases entablada, es posible ganar la batalla democrática. Pero el pueblo se enfrenta a un Estado que, como señala acertadamente PODEMOS en su borrador de ponencia política, “…no ha visto mermada su capacidad de ordenar el territorio y monopolizar la violencia… no vive importantes fisuras en sus aparatos y… no parece que vaya a sucumbir por acometidas de movilización social más o menos disruptiva”. Esa es la cuestión, no es posible hacer avanzar las demandas populares sin cambiar los cimientos del modelo político; únicamente se puede derrotar al común enemigo de clase, enfrentándose a él en términos políticos, arrebatándole el instrumento del que se vale para imponer su dominio: el Estado. Y eso no se logra con indefinición, sino, bien al contrario, planteando claramente el problema en sus términos políticos y no solo en las cuestiones formales democráticas.

Por eso mismo, nosotros afirmamos que la experiencia histórica del proletariado prueba contra toda duda que crear falsas ilusiones sobre la posibilidad de articular un “contrapoder” popular obviando las contradicciones de clase y la expresión histórica concreta de la lucha de clases, únicamente lleva a la derrota de quien no tiene el poder efectivo y real, que se mide en términos de control de los medios de coerción y violencia, la estructura jurídica, administrativa y política, los mecanismos del Estado que permiten (esa es la razón de ser del Estado) el dominio de una clase sobre las demás, aunque sea una minoría tan clamorosa como lo es en España. Y, por eso mismo, decimos que ocultar ese objetivo supone no solo debilitar el papel central de la clase obrera en la lucha, sino llevar la propia lucha democrática a un callejón sin salida.

Cierto es que nosotros hemos sido los primeros en combatir las posiciones doctrinales de algunos radical-oportunistas y hemos defendido la necesidad de acuerdos tácticos entre las distintas clases y sectores populares, frente a un enemigo común. Pero lo que decimos es que estos acuerdos presuponen la independencia orgánica y política del proletariado, y no deben darse a costa de olvidar el objetivo de superación del capitalismo y construcción revolucionaria del socialismo, que supone la meta del proletariado. Ese empeño tiene en España una expresión táctica común a la de los sectores de la burguesía interesados también en acabar con el dominio de la oligarquía, que no es otra que la necesidad de poner fin y superar el régimen que da sustento a ese dominio, la monarquía continuista, para constituir una República Popular y Federativa.

Algunos sectores de la pequeña burguesía han entrado con fuerza en la lucha política aprovechando el desgaste de la izquierda institucional (a la que, hasta ahora, han apoyado con pocos “matices”). Y lo hacen con decisión e inteligencia, pero con la indeterminación política que caracteriza a su clase, que bascula siempre entre el proletariado y la burguesía. Y es en este sentido en el que las corrientes oportunistas del “ciudadanismo”, aun reconociéndose de una forma más o menos ambigua, según los casos, como progresistas o de izquierda, practican una especie de “deconstrucción” de los objetivos políticos, con la excusa de articular así “los desconciertos y las identidades colectivas”. Se trataría de dar solo respuestas técnicas a las necesidades inmediatas de las clases populares en los barrios y ciudades, dejando de lado los objetivos generales, por no ser, a su juicio, prioritarios.

Este ocultamiento de los objetivos políticos tiene distinta graduación. En ocasiones, es claro; es el caso, por ejemplo, del Círculo de Podemos en Huesca, que rechazó la propuesta de participar en una Plataforma electoral unitaria en la que están IU, CHA, EQUO y RPS, con argumentos como estos: «…”la unidad popular” va mucho más allá que la unión de organizaciones, siempre subordinada a objetivos políticos fundamentales, pues en otro caso no sirve… y para lograrla son irrelevantes los dogmas, las banderas y doctrinas que cada cual levante». Claro que quienes esto afirman recurren a una monstruosa falsificación histórica al afirmar en su escrito que: «…”formulaciones” como los “frentes populares”… actuaron abiertamente como mantenedores del capitalismo».

Incluso algunos “marxistas” que abrazan ahora con fervor el “ciudadanismo”, para justificar su renuncia a que el proletariado intervenga con sus propias posiciones en la lucha democrática, se escudan en la actitud de Lenin, de la que resaltan su capacidad de adaptación a las situaciones cambiantes, frente a la actitud de los doctrinarios socialdemócratas, que terminaron traicionando y vendiendo la revolución.

Pero esta posición no es más que una impostura antimarxista, pues aunque una de las claves de la revolución soviética fue efectivamente la capacidad de análisis de los bolcheviques, que siempre supieron determinar los cambios en la situación política para adaptar la táctica a ellos, ni Lenin, ni los bolcheviques ocultaron nunca sus objetivos revolucionarios; de hecho, Lenin siempre previno al proletariado frente a las mixtificaciones de los oportunistas que embellecían continuamente el capitalismo, engañando al proletariado con frases sobre la democracia absoluta, y defendía la dictadura del proletariado frente a la posición de los Kautsky y cía., quienes afirmaban cosas como esta: “La dictadura del proletariado era para Marx una situación que resulta necesariamente de la democracia pura si el proletariado constituye la mayoría” (la cita de Kautsky está tomada de La revolución proletaria y el renegado Kautsky, de V.I. Lenin).

En definitiva, la pregunta es: ¿qué es prioritario precisamente ahora, sino un cambio radical del modelo de Estado? Lenin escribía en Dos Tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática: «…La transformación del régimen económico y político en Rusia en el sentido democrático- burgués es inevitable e ineluctable… Pero de la combinación de la acción de las dos fuerzas en presencia (a saber, la burguesía y el proletariado), creadoras de esta transformación, pueden resultar dos desenlaces… Una de dos: 1) o las cosas terminan con la “victoria decisiva de la revolución sobre el zarismo”, o 2) no habrá fuerzas suficientes para la victoria decisiva y las cosas terminarán con un arreglo entre el zarismo y los elementos “inconsecuentes” y “egoístas” de la burguesía».

No son las mismas circunstancias, ni en España hay realmente una “revolución” democrática en curso, pero lo que queremos resaltar con esta cita es la necesidad de entender que en la lucha democrática que tenemos entablada, si no logramos articular la unidad de los sectores interesados en ella, en torno al objetivo político de la ruptura, si las organizaciones que deben organizar la defensa de los intereses de clase del proletariado renuncian a ella, para reclamar «una rebelión cívica que apueste por la democracia radical, el bien común y la justicia social» (2), sin arrebatar los instrumentos para conseguirlo a la minoría oligárquica que nos explota, todo puede terminar en un acuerdo formal que cambie algo, para que todo siga igual.

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(1) El “ciudadanismo” ha llegado incluso al núcleo del oportunismo sindical de derechas. Así, por ejemplo, el Consejo Regional de Madrid de la FSC de CCOO (por cierto, una federación cuyos máximos dirigentes han apoyado todos los pactos de la mayoría confederal, incluido el pensionazo de 2012, y que se distingue por su constante represión contra los sindicalistas de clase y mantiene abierto el expediente para expulsar a once cuadros críticos del sector ferroviario) acaba de aprobar un informe en el que reclama la convocatoria de una Huelga General con dos únicos objetivos: la Renta Básica y la vivienda.

(2) Estos objetivos, tomados del llamamiento de “Ganemos Murcia”, son un ejemplo de los conceptos místicos, idealistas y pequeñoburgueses que encontramos en la mayoría de las corrientes “ciudadanistas”.

Sobre el Centralismo Democrático, por Raúl Marco

julio 7, 2014 por  
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3congreso10cmEl centralismo democrático, (CD) es fundamental para el funcionamiento de los partidos comunistas. El CD exige para su buen funcionamiento y aplicación armonizar ambos conceptos, democracia y respeto a los organismos dirigentes con el objetivo esencial del desarrollo organizativo político e ideológico del Partido. Los reaccionarios, derechistas, fascistas, revisionistas y  socialdemócratas lo discutan, lo tergiversen y, faltaría más, lo condenen.

¿Empero, en el partido, en nuestras filas, se entiende  correctamente? Veamos la práctica y la teoría, pues una es  prueba esencial de la otra. No es fácil, mas es necesario entenderlo y hacerlo entender a los camaradas, a todos los niveles para que puedan orientarse ante los problemas que se nos plantean  a menudo:
«El punto de vista de la práctica debe ser el punto de vista primero y fundamental de la teoría del conocimiento. Y conduce infaliblemente al materialismo, desechando desde el comienzo las interminables invenciones de la escolástica magisterial.[…] Si lo que confirma nuestra práctica es la verdad única, última y objetiva, de ello se desprende el reconocimiento de que el único camino conducente a la verdad es el camino […] de la ciencia.»  (Lenin, “Materialismo y Empirocriticismo”)
Teoría y práctica. Cuán manidas son estas palabras, y que mal, algunas veces, interpretadas…
El CD legítima la discrepancia, no sólo la admite,  para garantizar la diferencia de opiniones y su discusión razonada y argumentada. Esto  no se puede obviar, impedir, o dificultar. La opinión de cada camarada, y más aún  si se trata de un grupo de militantes, ha de ser escuchada, tenida en cuenta, respetada, discutida en su organismo ya sea la célula, comité de base, Cté. Territorial, e igual en todos  los organismos  de dirección: Comité central, Ejecutivo y Secretariado  que tienen la obligación de asegurar el cumplimiento de lo decidido por el Congreso, (con la necesaria posibilidad de enriquecer y tomar medidas adecuadas al desarrollo de las situaciones)  lo que no evita que si durante la discusión  esa o esas opiniones equivocadas o erróneas sean  desechadas.
El no respeto del CD, la tergiversación, el no aplicarlo, bajo cualquier pretexto, suele tener  consecuencias negativas, errores a veces graves, que se enquistan y que es caldo de cultivo para el liberalismo, y todo lo que conlleva de indisciplina en unos casos, de burocratismo y prepotencia en otros, lo que es grave en ambos sentidos. Saber rectificar, sobre todo en los dirigentes es necesario y consecuente con el CD. Encastillarse en posiciones discutibles, anteponer el prurito personal,no aceptar que el error es posible, que nadie, ningún  organismo está libre de equivocarse, es negar la esencia del Centralismo Democrático por el que tanto batallaron Lenin y Stalin.
En la clandestinidad, (desde los años sesenta hasta años después de la muerte de Franco) no era posible aplicar plenamente el CD por razones comprensibles. Sin embargo, nuestra experiencia demuestra que supimos asegurar un funcionamiento correcto, dentro de lo  que las circunstancias permitían. Claro que hubo  errores, equivocaciones, etc., etc. Unos se hubieran podido, quizá, evitar, otros no. Téngase en cuenta las circunstancias en las que teníamos que luchar.
En los Estatutos del Partido, vigentes hasta el próximo congreso, se define en el artículo 5 los deberes de los miembros del Partido, y el último párrafo de ese artículo, especifica: «Criticar los errores que se cometen en el trabajo del Partido, reconocer y corregir sus propios errores, luchar contra las tendencias negativas como el autoritarismo, el liberalismo, el servilismo y otras.»
Queda perfectamente claro que los deberes de los miembros del Partido son para todos los militantes, independientemente del cargo o responsabilidad de su competencia. Insistimos en esto, pues una de las experiencias de estos cincuenta años de nuestro Partido, y también internacionalmente,  es la de rechazar la infalibilidad de los «dirigentes máximos». Someterse a esa infalibilidad es  propio de seguidistas, de dogmáticos, pero nunca de un auténtico comunista.
No siempre se entiende bien el CD, en toda su profundidad. El centralismo es la supeditación de los organismos inferiores a los superiores. Pero eso no da patente de corso a los organismos superiores sobre los inferiores. Ahí entra en liza la discusión para mejor entender los problemas y cómo actuar. Y el otro elemento del CD que no se puede olvidar, ni deformar, es el de la democracia en el Partido, pero, como señalamos al principio, esos dos aspectos, centralismo y democracia, han de estar armonizados, de forma que ninguno de ellos anule al otro, pues, como se ha dicho repetidamente, el centralismo sin democracia equivale a un «ordeno y mando» o imposición. Y también, se ha de tener en cuenta que la democracia entendida como un todo único, es decir, negando o tergiversando el centralismo, conduce a la anarquía organizativa. Tres reglas rigen la marcha y desarrollo del Partido: el centralismo democrático, la dirección colectiva y la disciplina consciente.  Estas tres reglas,  a cual más importante, han de entenderse de forma viva, dialécticamente, para evitar el dogmatismo, el liberalismo y ese cáncer que se llama burocratismo.
Elena Ódena, en uno de sus artículos sobre el liberalismo, señala:
«El Partido (…) no puede estar en condiciones de cumplir su misión histórica si en sus filas prevalece un estilo y un método de trabajo carente de disciplina partidaria, de sentido de responsabilidad, sin una comprensión real de lo que significa el centralismo democrático en todos los terrenos de la militancia, tanto en lo que se refiere a la comprensión y cohesión política e ideológica, como a los aspectos prácticos, concretos de la ejecución de las tareas.( … ) En la lucha contra el liberalismo uno de los elementos decisivos es el reforzamiento de la disciplina partidaria, disciplina libremente consentida sobre la base de nuestra ideología…»
No creo que haya camarada consciente que rechace lo anteriormente expuesto.
Algo sobre la dirección colectiva que, a veces no se comprende bien o se malinterpreta. En todo colectivo, desde la célula hasta el secretariado, el resultado de las discusiones es obligatorio para todos sus componentes, incluso para los que no hayan estado de acuerdo. Los camaradas tienen la obligación de aplicar lo acordado, e insistimos también el o los que no estén de acuerdo. Se trata de la «supeditación de la minoría a la mayoría.» Mas, si el camarada en desacuerdo considera que es una cuestión importante política, ideológica u organizativa, tiene el derecho a referirse al organismo superior, siempre con  respeto a los cauces. Empero, mientras el organismo competente decide, la obligación del camarada (o camaradas) es la de aplicar lo acordad en su organismo. Pongamos un ejemplo: En la reunión regular del Cte. Ejecutivo después de las discusiones pertinentes sobre un tema, se adopta una decisión por mayoría, pues no se ha logrado la unanimidad. Todos los miembros del C.E, tienen la obligación de aplicar lo decidido en la reunión, hasta la siguiente reunión, donde se hace balance de las tareas realizadas, y donde el desacuerdo anterior, si se cree importante, se puede volver a discutir. Es más, esos miembros del CE, cuando se celebre el Pleno del CC tienen derecho a exponer sus desacuerdos, pues el CC es un organismo superior al CE y ante el cual este debe rendir cuentas, y el CC puede ratificar o rectificar decisiones del CE.

El CD ha de ser aplicado «de abajo a arriba y de arriba abajo». Véase el  capítulo IV de nuestros estatutos.  La dirección máxima del Partido es el Congreso, en el que se analiza el trabajo realizado desde el anterior congreso y  se trazan las líneas maestras de la política del partido, se aprueba la Línea Política, los Estatutos, y se elige al Comité Central, el cual, entre Congreso y congreso es el organismo superior, cuando se reúne en el Pleno; el CC elige al Comité Ejecutivo, que entre pleno y pleno del CC , asume la autoridad colectivamente, no individualmente, y a su vez elige al Secretariado que asume la responsabilidad entre CE y CE. A veces, por razones equis no se puede cumplir la  regularidad deseable de reunión del CC y del CE. Lo que dificulta un buen y eficaz funcionamiento de la dirección colectiva que ha de asegurarse a todos los niveles. Por ello, el secretariado rinde cuentas al CE, el cual aprobará o rectificará. Y también por la misma razón, el CE rinde cuentas al CC, informa de las medidas tomadas, hace propuestas etc. El CC debe pues, aprobar, rectificar, criticar, en su reunión plenaria al CE. Y el CC ha de llevar al Congreso todo lo referente a la marcha del Partido desde el anterior congreso, propuestas, planes de trabajo, etc., etc. Y como ya se ha dicho, será el congreso el que fije las líneas centrales de la actividad del partido (art. 18).
Suponemos que queda claro que es deber todo militante, organismo, comité, etc., velar por el respeto de tres aspectos esenciales, la dirección colectiva que debe garantizar el centralismo democrático y la disciplina militante que debe asegurar las dos primeras. Y si hay dudas, puesto que nos dirigimos al Congreso, máximo organismo del Partido, es el momento de discutir, debatir para mejorar nuestro funcionamiento. Que falta nos hace.

Querer y poder, por J. Romero

mayo 17, 2014 por  
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El 25 de mayo sabremos finalmente si las elecciones al Parlamento Europeo han abierto el panorama dominado hasta ahora por el bipartidismo, y hasta qué punto esta nueva etapa en el proceso de descomposición política del régimen surgido de la Transición se cierra por la derecha o por la izquierda. También podremos valorar si, como pronostican la mayoría de encuestas, el hastío de la mayoría social se ha expresado en términos electorales con una abstención masiva o si el sentido práctico ha terminado forzando la participación electoral.

Lo que sí parece claro, aun antes de esa cita, es que la minoría oligárquica que controla los resortes de poder estatal se prepara para forzar la unidad de sus representantes políticos: tanto Felipe González como el propio Arias Cañete se han mostrado favorables, si la situación lo requiere,  a un gobierno de concertación de la derecha bipartita, a la alemana.

También se sabe que el campo popular se presenta dividido como nunca a esta cita electoral, debido en gran parte a la durísima batalla interna que se libra en el ámbito de la izquierda institucional y muy en concreto de IU, entre las distintas familias que luchan encarnizadamente por recomponer el aparato de dirección de ésta, amparándose en la movilización social. Hasta aquí, nada  nuevo en el  persistente enredo entre capillas que sacude periódicamente a la izquierda institucional. Salvo porque, al calor de esta recomposición, un sector del oportunismo viene teorizando, apoyado en un debate más aparente que real, sobre cómo recuperar la referencia que la movilización social necesita para ser efectiva en el combate contra el sistema, con postulados verdaderamente peligrosos en los tiempos que corren.

En el magma confluyen diversos matices y no faltan, incluso, dirigentes que han ocupado cargos de responsabilidad (o que les han asesorado, tanto da) en las organizaciones que ahora critican con saña (y razón) sin que, a la vista de las propuestas que trasladan al campo popular, parezcan haber sacado las conclusiones debidas de aquella etapa.

Hay un mantra común a la mayoría de estas corrientes: la crisis ha mostrado que el modelo de organización y representación “clásicos” han periclitado (y no se refieren a la representación propia de la democracia burguesa) y, por lo tanto, hay que ayudar a crear otros nuevos. Confunden así la descomposición del modelo en el que se sustentó el dominio de las corrientes oportunistas sobre el campo popular (al que aquellas impusieron las reglas institucionales, formalistas y consensuadas pactadas con los franquistas), con la obsolescencia de la organización permanente, absolutamente necesaria para articular y expresar en términos políticos los intereses de nuestra clase.

No hacen un verdadero análisis de las causas del desastre, porque tampoco se pretende aportar alternativas reales. Sus respuestas a las preguntas que se hace hoy la mayoría de la izquierda  son ambiguas, se expresan en frases cortas, prácticamente publicitarias, de un simbolismo ajeno a lo objetivo y, por ello mismo, de muy escaso contenido político. Claro que, hasta para esto, tienen respuesta los nuevos teóricos: «…es tiempo más de poetas y músicos que de ideólogos. De emociones que desvistan la razón. No es que no hagan falta ideas, sino que para desaprender [sic] todo lo que hay que desterrar hace falta convencer y no vencer [¿?]…» (Juan Carlos Monedero, «Más allá de la izquierda y la derecha»).

Esta vacua indefinición se sustenta en fórmulas igualmente imprecisas: “indefinición cósmica”, en palabras de Alba Rico, “pesimismo esperanzado” según J.C. Monedero. Son principios sin principio, difusos y ambivalentes, que remiten en algunos casos a confusos términos en los que se sustentó el mensaje fascista en el primer tercio del pasado siglo: «¿Tiene sentido insistir en el eje derecha-izquierda? […] ¿No nos ubica con más “confusa claridad” hoy, en la crisis del modelo neoliberal, saber quién está arriba y quién está abajo? []», se pregunta, por ejemplo, Monedero en un reciente artículo del que venimos entresacando extractos.

Cabría responderle que, puestos a ser “confusos”, debería hablar más claro: ¿Por qué razón es más definitorio el término anticapitalista, tan caro al profesor Monedero? El sociólogo Nicos Poulantzas anotaba en su libro Fascismo y Dictadura: la III Internacional frente al fascismo, como una característica ideológica del nazismo y del fascismo, su lado «anticapitalista, característico de la pequeña burguesía en rebelión», y añadía: «…en la crisis ideológica generalizada del proceso de fascistización, este aspecto anticapitalista pequeño burgués -contra la plutocracia, el fisco, etc.- llega a la clase obrera […] ya en 1920, el punto 13 del programa nazi reclamaba la nacionalización de todas las sociedades por acciones» (1). No parece tampoco éste un término muy definitorio; aunque, claro, en el terreno de la indefinición cósmica, cabe todo.

En el debate virtual que esta corriente ha puesto en marcha se percibe un tufo elitista y pedante, quizá porque tratamos con una parte del “Olimpo intelectual”. Basta echar un somero repaso a las listas de la más novedosa de las candidaturas que compite en estas elecciones, empeñada en «desaprender para no caer en el error de rellenar los huecos del mismo sistema», para percibir claramente a qué sector dirigen su mensaje: la mayoría de los candidatos elegidos en las primarias son profesores o técnicos (abundan, por cierto, los autodefinidos como “politólogos”, horrible eufemismo de “político”, término éste del que, en consonancia con el ideario de la corriente, huyen como de la peste).

El desdén aristocrático con el que una y otra vez se refieren a la gente común a la que pretenden “redimir” y a la que tratan como torpes criaturas, «ideológicamente gelatinosas», empeñadas en caer una vez y otra en las trampas de los de arriba, es verdaderamente insultante («Porque todos somos, de una manera u otra -que se lo pregunten a las mujeres o a los inmigrantes- bastante de derechas» (Monedero dixit).

Es como si consideraran a los trabajadores incapaces de entender las causas políticas de sus males e incapaces, por tanto, de responder organizadamente, como clase, frente a sus enemigos. Y si la gente responde con emotividad: queriendo u odiando algo, como dice Alba Rico, lo moderno es responder con la misma moneda. Las cosmovisiones (otro eufemismo,  éste muy del gusto de la izquierda institucional, para referirse a los objetivos o principios  ideológicos, de clase, de las distintas formaciones políticas) han sido superadas y en su lugar el moderno dios es la ideología gelatinosa y la nueva moda de la “progresía”, la “deconstrucción política”, la búsqueda permanente de nuevos horizontes con idénticos límites que antaño. Da igual lo vacío que sea el contenido; todo se puede llenar de nada.

Algo parecido pasó cuando el final del régimen franquista parecía próximo: también entonces, los teóricos de la indefinición que luego ahogaron la combatividad del movimiento popular en el formalismo de las instituciones consensuadas con los franquistas, afirmaban que no era necesario cambiar el fondo porque la gente solo quería democracia y no ruptura y que lo nuevo se imponía a lo “decadente”, el eurocomunismo al  comunismo, etc. Sobre esa miseria ideológica y pobreza política, derruidos los viejos cimientos de la lucha popular contra el fascismo, se construyó un edificio de engaños, medias verdades y frases huecas. Las  ”cosmovisiones” dieron paso a nuevas formas de organización y participación falsamente representativas, sobre las ruinas de un potente entramado de asociaciones populares cuya anulación supuso un prolongado periodo de falsa paz social.

Nuestra clase y nuestros pueblos vivieron el proceso y sufren ahora sus consecuencias, entre otras cosas porque sus dirigentes han ocultado siempre las causas de aquel engaño y falseado las consecuencias de su cobardía política. Son los dirigentes de la izquierda política los que deben asumir su responsabilidad y no cargarla en el debe de los militantes de izquierda y de la gente defraudada.

Porque, al final, la pregunta se impone: una vez «desaprendido», cuando  se trata de levantar organización, cuando «unas primarias sin algún tipo de organización se convierten en mera emocionalidad [sic], esencial para romper el hartazgo con la política tradicional pero incapaz de levantar una alternativa que desborde el rodillo de los partidos tradicionales» (nótese que el rodillo no lo imponen la derecha ni los de arriba, ni siquiera las organizaciones que colaboran en el sostenimiento del statu quo, sino los «partidos tradicionales»); cuando «ningún ismo mueve a la gente»; cuando «estamos llenos de miedo, profundamente asustados» (de nuevo el miedo, la pulsión primaria, emocional); en un tiempo así, decimos,  ¿cómo construir lo nuevo y sobre qué bases? Aquí entran de nuevo en el terreno de la “indefinición cósmica”. Estas son algunas de sus opciones: «necesitamos millones de Sócrates para hablar, para explicar, para conectar con la gente»; «hay que plantear la lucha sobre cosas concretas en un debate con la gente, sereno», «al sistema se le derrota con nuevas prácticas», «repensar, cuestionarse el sistema, el capitalismo, esta democracia y a partir de ahí construir la alternativa sabiendo lo que no queremos».

En definitiva, frente a una realidad brutal de lucha de clases descarnada que exige la unidad, y en la que la unidad no puede (no debe) separarse de sus objetivos, nos proponen una receta vieja, con dos ingredientes bien indigestos: mucha indefinición ideológica y algo de “acción directa”.

Pero de esta hablaremos en otra ocasión.

(1) Eso sí, a renglón seguido, los nazis precisaban que los medios de producción no serían propiedad de la clase obrera, sino el pueblo entero, por lo que, detentando la propiedad la comunidad nacional, la posesión podía ser concedida, bajo control, a los particulares.

Todas las citas en cursiva de este artículo se han tomado de diversos artículos de Juan Carlos Monedero y de una entrevista realizada el pasado mes de diciembre a éste, junto a Julio Anguita.

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