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Esta Gente qué querrá…

enero 14, 2009 por  
Publicado en: Artículos, Documentos

En homenaje lejano a Felipe Reyero, compañero de ideas, y a toda una época

 

Estaba en la cola de las entradas para poder oír a Juan Manuel Serrat en la Plaza de Toros de las Ventas. Hacía un calor plúmbeo y cómplice entre los que soportábamos, estoicamente, a que abrieran, de una vez, las taquillas.

Sentí que alguien me apretaba el brazo.

–          ¿Luis? ¿Eres tú nuestro antiguo delegado de Actividades Culturales?

No le reconocí en un primer momento, a pesar de que su imagen me persiguió durante casi seis años.

–          ¿Miguel Angulo?

Sonreía sin dejar de apretarme el brazo. Por un instante tuve ganas de escupirle, de apartar bruscamente mi brazo de su mano, pero habían pasado ya casi veinte años y supe controlarme.

Me desarmó su afabilidad y su sonrisa, que parecía sincera.

–          El mismo, Luis, el mismo. Llevo años intentando hablar contigo para disculparme…

–          ¡Vamos, Miguel, no me jodas! A ti te debo gran parte de los dolores de una época… Aunque nunca es tarde.

Quise cambiar de tema, porque se me agolpaban los recuerdos y las rabias.

–          ¿Qué haces tú por aquí?

–          Pues lo que tú, supongo: intentar conseguir entradas para escuchar a Serrat.

–          ¿Tú a Serrat? Me dejas perplejo. Mucho has debido haber cambiado últimamente…

–          Bastante, Luis, bastante. Te podría contar muchas cosas…

 

Miguel Angulo se había convertido en mi sombra universitaria desde que fui elegido Delegado de Actividades Culturales de la Facultad de Medicina de la Complutense por la FUDE (1), en oposición flagrante al oficialista SEU (2).

Cuando me detuvieron en el segundo Estado de Excepción franquista, so pretexto de la publicación de la Revista Stress, que yo dirigía y firmaba, me pareció ver a Miguel junto con Belly el niño, antes de que me interrogara, me acusara de pro-chino y me abofeteara miserablemente.

Billy el niño era el duro del Hotel Sol (nombre con el que denominábamos los conjurados a la Dirección General de Seguridad), y estaba excelentemente adornado por variados complejos que podían explicar perfectamente su agresividad personal rallante en la tiranía: aniñado, imberbe, hermafrodítico y renacuajo.

Era el ogro de los universitarios de la época y tenía el dedo ligero y la pistola siempre dispuesta.

Por el contrario el comisario Pascual ejercía de “bueno de la película”. Cuando el niño fracasaba en su labor, aparecía Pascual, con cara de bonachón y pinta de padre de familia comprensivo y tolerante.

“A ver, a ver, ¿ya se ha propasado contigo el loco del niño? Es que no puedo dejarlo de la mano ni un momento… ¿Pero cómo se te ha ocurrido publicar ahora ese libelo titulado Stress? ¡Hombre de Dios, pareces tonto! Entiendo vuestras inquietudes, las comprendo perfectamente, pero hay cosas que no se pueden hacer, hijo. ¿De dónde has sacado que Franco escribió esto?: LOS ESTADOS DE EXCEPCIÓN Y ALARMA SÓLO SIRVEN PARA ENGAÑAR AL PUEBLO Y PARA ENCARCELAR Y ENMUDECER A SUS PRETENDIDOS ADVERSARIOS POLÍTICOS… ¡Hay que ser imbécil! ¿Quién te paso la referencia, a ver?”

Está en los libros de Historia, -dije sin levantar los ojos del suelo-, fue un discurso de Franco durante la República.

Se le agrió la cara de bonachón comprensivo. Me miró con rabia indisimulada, y, antes de retirarse, me prometió 25 años de reclusión mayor por pertenencia a grupos comunistas clandestinos.

Sólo mi padre, coronel médico a la sazón y adicto al Régimen (a pesar de haber sido en su juventud cofundador de la FUE (3)), consiguió, al cabo de una semana de calabozo, que se sobreseyera mi juicio y que me pusieran en libertad, no sin antes prometer solemnemente, ante el comisario Pascual, que nunca más volvería a tener actividades extra-académicas en la Facultad, cosa que, desde luego, nunca cumplí…

 

–          No tuve más remedio, Luis, te lo prometo.

–          No fastidies, Miguel, no me cuentes milongas.

–          Te lo juro. Yo era huérfano de un Policía Nacional de Valladolid, y deseaba estudiar una carrera universitaria. Me dijeron que ellos me pagarían los estudios de Medicina si, como contraprestación, colaboraba en la lucha contra los enemigos de la Patria infiltrados en la Universidad.

–          ¿Así de simple?

–          Así de simple, Luis. Yo venía de una ciudad pequeña y no sabía nada de política. En casa la ideología dominante era la de “la ley y el orden”, y todo me parecía revolucionario y peligroso. No me pareció mal, sino todo lo contrario…

–          ¿Y fuiste mi delator y perseguidor?

–          Sí. El tuyo y el de Felipe Reyero.

 

Se me vino a la boca una bocanada de rabia negra mientras el corazón me bombeaba sangres dislocadas. Quise cambiar de tema para no zarandearle sin piedad.

–          ¿Y fuiste también quien me denunció en las Milicias Universitarias? (4)

–          Sí, me obligaron a hacerlo cuando los de la Brigada Político-Social se enteraron que estabas propuesto para ser el número uno de la Compañía y recibir el sable…

 

Los de la Comuna de Arturo Soria no paraban de reírse. El Yeti había pintado un mural en el que me representaba con uniforme de gala y en una mano un sable dorado y en la otra la hoz y el martillo. Cesepe andaba marcando el paso por el jardín cuando yo aparecía, y se cuadraba solemne diciéndome “mi general, siempre a sus órdenes”. Hasta Hilario y Moncho habían compuesto una cancioncilla  alusiva que cantaban por las noches entre canuto y canuto.

Cada vez que aparecía los fines de semana por la Comuna, todo era un ir y venir de chances y chirigotas: ¡un comunero contracultural siendo el número uno de la Compañía, con sable y todo!

Difícil era que entendieran que todos los mandos del Batallón de Sanidad eran subalternos de mi padre, y que para ellos era un honor y un deber que su hijo fuera engalanado con la máxima distinción, a pesar de que ese hijo ya no viviera en la casa del padre, sino en una comuna revolucionaria y anarquista, donde el desmadre social y sexual eran habituales.

Cuando el capitán de la Compañía me llamó a su despacho, y desencajado me confesó que el SIM (5) le había confiado que debía expulsarme del Campamento por actividades comunistas, -actividades que se concretaban, según la denuncia, en leer en las tiendas poemas de Neruda, Alberti o León Felipe-, casi me da un sincope. Menos mal que los militares, por entonces, aún tenían el “ordeno y mando” por norma y decidieron que era improcedente expulsar de la milicia a alguien a quien los jefes habían propuesto como el más destacado de la compañía, lo que no impidió que mis camaradas de lectura fueran expulsados del Campamento y mandados al Sahara, truncando durante todo un año sus carreras profesionales.

Al enterarse los comuneros de Arturo Soria del desmadre, me regalaron solidarios su asistencia a la Clausura del Curso y entrega de sables, lo que supuso todo un variopinto espectáculo en los llanos de la Graja de S. Ildefonso: docenas de desmelenados y minifalderas tatuadas con flores en el rostro, y “haz el amor y no la guerra” en los brazos, codeándose con encorbatados representantes de la milicia y las fuerzas vivas de la Patria, con sus pelos recortados, engominados a raya, y los conjuntitos de punto, con rebeca y sueter haciendo juego, y las faldas por debajo de las rodillas.

A Solana, Aizpuru, Gómez Pellico y Ruiz de Mestre los mandaron forzosos a las dunas de Villa Cisneros o a las negritudes de Sidi Ifni…

 

–          ¿También estuviste involucrado en la muerte de Felipe Reyero, Miguel?

–          No, en la muerte no, te lo juro.

–          No seas hijoputa, Miguel, al menos reconócelo ahora…

–          Te prometo que lo único que hice, Luis, fue denunciarlo a los de la Brigada. Lo de la defenestración fue cosa de Billy el niño.

 

A Felipe no le dejaron una citación como a mí en su casa para que se presentara en la Dirección General de Seguridad. Fueron dos secretas a por él de madrugada. Le estaba esperando toda la plana mayor de la Brigada , que había recibido orden de dar un escarmiento significativo  a los universitarios después de la Marcha del Paraninfo, encabezada por Tierno Galván, García Calvo y Aranguren, reconocidos catedráticos de la Complutense, y que supuso la expulsión fulminante de los tres de sus cátedras docentes. El Ministerio del Interior había dado instrucciones muy precisas de descabezar el movimiento estudiantil de la FUDE, y Reyero, como Delegado de la Facultad de Medicina y acompañante visible de los catedráticos en la Marcha, era la cabeza de turco propiciatoria.

Billy el niño se cebó con él desde las dos de la madrugada. No podía soportar a un joven alto, apuesto, de largas melenas pelirrojas y barba cuidada, y que le miraba insolente despreciando su pequeñez y sus miserias. Se le fue la mano que empuñaba su pistola reglamentaria en más de una ocasión. A las cuatro de la madrugada Felipe seguía sin aceptar ninguno de los cargos que Billy le imputaba de una forma reiterativa y machacante, a pesar del violeta de sus ojos y de la sangre coagulada en las comisuras de los labios. A las cinco todo fueron revuelos y carreras por los corredores de la casona. Negro sobre rojo. Gritos con sordina. Juramentos. Felipe Reyero yacía tendido sobre un charco de sangre en el patio interior de la zona de interrogatorios. Sus ojos claros estaban abiertos mirando a la nada.

A los pocos días el Diario Arriba, en una esquina de la sección de sucesos, publicaba una escueta esquela:

“Un dirigente estudiantil revolucionario se suicidó, en un ataque de pánico, mientras era conducido a los lavabos antes de ser interrogado en la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol.

El Ministerio del Interior lamenta tan desagradable suceso.”.

 

Rabia, una terrible e impotente rabia asoló a todos los que le conocíamos y queríamos. Felipe era absolutamente incapaz del suicidio, porque su vitalismo militante y justiciero se lo impedía.

A Billy le mandaron un mes de vacaciones a Brasil, con cargo al Presupuesto de Gastos Reservados del Ministerio.

 

–          Bueno, Miguel, espero que no habrás podido dormir tranquilo durante mucho tiempo.

–          ¡Cómo lo sabes! Dejé de ser confidente después de lo de Felipe y me quitaron la beca de estudios. Nunca terminé Medicina. Y he estado muchos años en tratamiento psicológico…

–          No me extraña.

–          He intentado muchas veces localizarte para pedirte perdón, Luis. Créeme, por favor.

–          Vamos, Miguel, que nunca me escondí de nadie. Pero hay cosas que nunca se olvidan, sobre todo la muerte de un inocente: nada la restaura, nada la compensa, ni siquiera la asunción de una democracia cogida por los pelos y con guantes de seda de perdones y olvidos…

 

Después de conseguir las entradas para el recital me fui dando un largo paseo hasta casa.

Sentía humedad en los ojos y dolor en el recuerdo.

Fue entonces cuando, de nuevo, me llegó al corazón aquella canción que María del Mar Bonet cantó en homenaje póstumo y silencioso a Felipe, y que siempre me pinzó las venas:

“Què volen aquesta gent ? 


De matinada han trucat,
són al replà de l'escala;
la mare quan surt a obrir
porta la bata posada.

Què volen aquesta gent
que truquen de matinada?

"El seu fill, que no és aquí?"
"N'és adormit a la cambra.
Què li volen al meu fill?"
El fill mig es desvetllava.

La mare ben poc en sap,
de totes les esperances
del seu fill estudiant,
que ben compromès n'estava.

Dies fa que parla poc
i cada nit s'agitava.
Li venia un tremolor
tement un truc a trenc d'alba.

Encara no ben despert
ja sent viva la trucada,
i es llença pel finestral,
a l'asfalt d'una volada.

Els que truquen resten muts,
menys un d'ells, potser el que mana,
que s'inclina pel finestral.
Darrere xiscla la mare.

De matinada han trucat,
la llei una hora assenyala.
Ara l'estudiant és mort,
n'és mort d'un truc a trenc d'alba.

 

Luis E. Prieto

Octubre-04

 

·        NOTA IMPORTANTE:

Este no es un relato “político” sino sólo un relato vivencial, un trozo de la vida del protagonista contado a través del recuerdo  y de los años, y que un día nuestro compañero del Foro, hoy en silencio por temas personales, José Luis, me estimuló a que hiciera.

Es también un homenaje a alguien que murió injustamente, y a una época importante. Felipe Reyero, delegado de la Facultad de Medicina, fue detenido una madrugada, conducido a la Dirección General de Seguridad en donde, oficialmente, se suicidó tirándose por una ventana.

Hace 2 años sus familiares y amigos intentamos, sin éxito, lavar su memoria promoviendo un nuevo juicio que fue sobreseído por falta de pruebas.

 

Luis Serrahima escribió una canción en su memoria que cantó María del Mar Bonet, y que aún es parte importante de la discografía de la cantante mallorquina.

 

(1)   Federación Universitaria democrática de estudiantes.

(2)  Sindicato Español Universitario

(3)  Federación Universitaria de estudiantes (antecedente dela FUDE)

(4)  Servicio militar obligatorio para Universitarios

(5)  Servicio de Información Militar

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