A. Heredia

Hace escasas semanas, conversaba amistosamente con un joven militante de una organización oportunista y de tendencia posmoderna. Durante el transcurso de una exposición francamente estructuralista, quizá el elemento que más me escandalizó fue su concepción de la labor propagandística. Afirmaba que “ahora mismo no vale la pena repartir ‘flyers’ porque nadie los lee”.

Se antoja bastante reveladora la apuesta por el vocablo “flyers”, empleado en el ámbito del marketing para avisar a los consumidores sobre las rebajas de una tienda o las promociones de descuentos. Así, las octavillas encarnan, en el imaginario posmoderno, un elemento de otro tiempo, así como las banderas en las manifestaciones o, directamente, el marxismo. La cuestión no es casual, sino un rasgo más de la respuesta difusa y absolutamente inútil que el revisionismo ofrece a las masas frente a una ofensiva capitalista bien armada y efectiva.

Una vez expuesto lo anterior, considero que nuestro análisis, más allá de señalar críticamente los desvaríos posmodernos, debe abordar por qué su postura es errónea y atraer a los jóvenes con iniciativa política hacia nuestra forma de proceder, como organización en lo general y a propósito de la propaganda en lo concreto. En otras palabras, en vez de limitarnos a calificar a alguien de “posmoderno”, tumbemos sus argumentos a través de la teoría y la práctica marxista-leninistas, propongamos a las masas una respuesta unitaria y sólida frente al miedo y la miseria sobre las que se apoltrona la burguesía. ¿Cómo llevar esto a cabo?


En primer lugar, cabe señalar que el papel de la propaganda no debe constituir una mera formalidad o una iniciativa aislada e intermitente. Al contrario, pues, si concebimos el monstruoso aparato de propaganda capitalista que se extiende sobre las masas, hemos de oponer a este, dentro de nuestras posibilidades, una propaganda y agitación vigorosas, mediante repartos y pegadas sistemáticas. No olvidemos, camaradas, que, entre nuestras tareas fundamentales, se encuentra la de contribuir a que los jóvenes, que ven ante sí un futuro borroso y precario, alcancen una respuesta nítida y emancipadora. No en vano, en calidad de revolucionarios, hemos de construir la unidad popular frente al capital a partir de todos los frentes posibles; uno de ellos es el de la propaganda. Por lo tanto, tomémonosla tan en serio como hace la burguesía y no sigamos la línea revisionista, que engaña y abandona a las masas a su suerte, sosteniendo que, mediante cuatro reformas parlamentarias, sus condiciones materiales de existencia mejorarán. Sabemos que esto es falso y que envían a los trabajadores, en especial a los jóvenes, a una guerra atroz sin protección ni armamento. Este proceder del revisionismo, absolutamente repugnante, debe encontrar nuestra respuesta revolucionaria, honesta con las masas, que las prevenga para la lucha de clases y para la miseria y la precarización a las que tendrán que enfrentarse.
En segundo lugar, se antoja necesario examinar, material y dialécticamente, el desarrollo de la propaganda y agitación en las redes sociales: igual de contraproducente resulta el discurso que niega su importancia que aquel que la desorbita. Así las cosas, parecería apropiado indicar que dicha forma de propaganda ostenta una presencia notable y que, a diferencia de nosotros, los revisionistas han sido hábiles a la hora de concebir tanto su extensión, como su alcance. En consecuencia, abandonar o descuidar este campo para que la burguesía y el liberalismo lo siembren a su antojo (con el posterior desenlace fatal para las masas) constituiría un error inaceptable. Por ello, debemos otorgarle un papel razonable; ¿cómo? Por ejemplo, publicando noticias de interés para los vecinos de nuestros barrios o localidades, siempre con la intención de contribuir a elevar la conciencia de clase y reforzar la unidad popular. En este sentido, expliquemos nuestra perspectiva, como militantes de la JCE (m-l), respecto a conflictos laborales, luchas sociales, manifestaciones, etc., que se producen en nuestro entorno. Asimismo, reflejemos nuestra asistencia o participación en diversos actos de carácter político, por no hablar de aquellos que nosotros mismos organicemos. Como es natural, la propaganda en cuanto a estos últimos resulta fundamental. Igualmente, podemos compartir de forma ocasional hilos de Tuiter donde diseccionamos hechos históricos, conquistas obreras, problemas de calado que atañen a nuestra ciudad y que requieren un análisis más extenso, etc.
En tercer lugar, la propaganda física —el reparto de octavillas o periódicos, así como la pega de carteles— no puede quedar ensombrecida en ningún caso por aquella desarrollada en redes sociales. Esto no constituye una decisión basada en preferencias ficticias, sino en el contenido y la forma que adquieren nuestra propaganda y agitación: a diferencia de lo que acontece en Tuiter o Facebook, una octavilla que repartimos, por ejemplo, a un estudiante, nos permite entablar una conversación con él, interesarnos por sus inquietudes, que nos transmita alguna pregunta sobre nuestra organización, etc. No se trata de una cuestión baladí, sino que representa un ataque directo a la desconexión que llevamos manteniendo con las masas demasiado tiempo (a la cual contribuyen efectivamente las redes sociales). ¿Queremos que los jóvenes se adhieran a nuestra lucha? Pues, el primer paso es acercarnos a ellos, hablarles, preguntarles, romper el muro que el revisionismo y la burguesía han levantado entre el marxismo y las masas. A propósito, no menos importante es luchar contra nuestra timidez: ¿cómo diantres esperamos ligarnos a las masas si nos da miedo no ya repartirles un periódico, sino el simple hecho de hablar con un trabajador o un estudiante? Camaradas, sin tapujos, este retraimiento impide cualquier comunicación entre la JCE (m-l) y la clase trabajadora; por lo tanto, difícilmente nos convertiremos en su vanguardia si no nos atrevemos a charlar con ella siquiera. Por supuesto, la cortedad no se abandona como se arroja a la basura un envoltorio, pero lidiar con ella y mitigarla se antoja fundamental para el desarrollo de nuestra organización y, por ende, para el avance ideológico de las masas. En definitiva, la mejor de las octavillas cae en saco roto si nos revelamos incapaces de dialogar con la persona que se interese por ella. Naturalmente, es muy fácil escondernos detrás de las redes sociales para no afrontar las implicaciones sociales de una pegada de carteles o un reparto de propaganda. Los revisionistas ya lo hacen: “ahora mismo no vale la pena repartir ‘flyers’ porque nadie los lee”; esta autocomplacencia está teniendo un efecto desmovilizador atroz entre las masas, ante la cual tenemos dos opciones:
•La liberal, que consiste en actuar como los revisionistas y dejar que el fascismo se erija el dueño de las calles.
•La revolucionaria, que planta cara a la reacción y aspira a organizar a las masas en los institutos, universidades y centros de trabajo en torno a iniciativas progresistas.
Ningún militante de la JCE (m-l) debe manifestar la más mínima duda respecto a esta disyuntiva; tampoco aquel que se considere antifascista.