J.P. Galindo

Ha vuelto a ocurrir. Como un ridículo eterno retorno, la noche electoral y los días siguientes se han llenado de expresiones de sorpresa y lamento, de preguntas retóricas sobre las elecciones italianas y su resultado. Todo un festival de hipocresía por parte de los medios de comunicación, los analistas y los opinadores de toda laya que desde los estudios de televisión y radio llevan décadas sembrando esta generosa cosecha de políticas reaccionarias. Pretender que los resultados electorales italianos son una anomalía o un error del sistema parlamentario liberal es, simplemente, falso. Cuando el régimen democrático está abierto a la participación de partidos neofascistas y neonazis, solo es cuestión de tiempo que éstos tengan opción de tocar poder. Sobre todo, cuando esa “libertad” de elección se acompaña de una campaña permanente de criminalización, miedo y propaganda anticomunista. Cuando se alienta un vicio y se reprime el único antídoto demostrado, no podemos sorprendernos del único desenlace posible.
La burguesía y su sistema democrático parlamentario no son víctimas inocentes del fascismo. Son como el doctor Frankenstein de la novela de Mery Shelly de 1818, víctimas del monstruo que han creado; o como escribieron Marx y Engels ya en 1848, como el aprendiz de brujo que invoca fuerzas oscuras que es incapaz de controlar.

Cada vez que el capitalismo conduce a las sociedades al desastre mediante la crisis, la guerra, el hambre y la explotación, inseparables de su propia naturaleza, la burguesía ha recurrido a la fuerza bruta, a la ley de la selva social, para reprimir la resistencia a su dictadura (bendecida democráticamente a través de las instituciones parlamentarias), y mantener el régimen económico, aunque para ello deba sacrificar temporalmente su régimen político.
La ultraderecha neofascista lleva avanzando posiciones en Europa occidental desde hace más de 30 años de forma totalmente democrática (la primera alcaldía de ultraderecha en Francia se constituyó en 1995, en Marignan, cerca de Marsella), mientras que en la Europa oriental el proceso ha sido incluso más descarado, debido al apoyo occidental de los grupos más abiertamente anticomunistas durante los años finales del Bloque del Este. Gobiernos orgullosamente ultraderechistas, como los de Hungría o Polonia, llevan décadas instalados en la democrática Unión Europa sin demasiado problema. Por no hablar del apoyo de la Unión a regímenes reaccionarios y manchados de sangre como los de Arabia Saudí Ucrania, Israel o Colombia.
Es en este contexto de permisividad (cuando no apoyo explícito) a las distintas tonalidades de la derecha en el que hay que entender el resultado italiano. Desde los años 50 en adelante, el miedo al poderoso Partito Comunista Italiano impulsó campañas de desprestigio que cristalizaron, como en España, en la degeneración del eurocomunismo de los años 70; que venía a sustituir la organización y movilización proletaria en las calles y fábricas por la confianza ciega en la moderación y en las instituciones parlamentarias, al mismo tiempo que las opciones “democristianas” (de derecha conservadora) se presentaban como la mejor opción “de centro”.
El fracaso continuado e inevitable de estas opciones conservadoras en un momento de cambio estructural histórico (la transformación de la economía industrial de postguerra en la moderna economía especulativa de servicios durante los años 80 y 90), unido a la desaparición y desprestigio del comunismo revolucionario en Italia, han dejado abierta la senda que conduce, directamente, desde la democracia burguesa hacia el fascismo. Una senda a la que, por suerte, aún le queda recorrido por delante.
La burguesía ha aprendido la lección del sangriento siglo XX y sabe que la dictadura fascista es costosa y tiende a cobrarse también parte de sus víctimas entre su propia clase. Por eso mira más al siglo XIX, a las “Leyes Antisocialistas” de Alemania y las “Leyes Perversas” de Francia, que al fascismo desatado de Mussolini, Hitler o Franco, por mucho que su retórica sirva de reclamo para los más reaccionarios. Por eso, la burguesía se ha cuidado mucho de que su democracia representativa mantenga siempre abierta la opción de reprimir democráticamente a los trabajadores. Para suspender las libertades siempre tiene tiempo.
Como decía Beltor Brecht con otras y más poéticas palabras, no sirve de nada lamentarse del fascismo sin señalar al capitalismo que lo engendra, lo cuida, lo alimenta y, llegado el caso, lo libera. Ese es el papel de los medios de comunicación y los periodistas alimentados por la mano de la burguesía; lamentar el fascismo que se adivina en el horizonte, pero callar como cómplices sobre el capitalismo que le tiende el puente necesario para llegar a nosotros. Su tarea es advertirnos: “Sed sumisos, no nos obliguéis a soltar a la bestia, ya veis que estamos dispuestos a hacerlo”.
Los resultados italianos son una mala noticia para todos, sin duda. También para la burguesía, que ve cómo su dictadura “pacífica” debe endurecer el gesto para mantenerse en el poder. No dudará (no lo dudemos), en recurrir al verdadero fascismo allí donde lo crea conveniente llegado el caso, pero por el momento se conforma con colocar gobiernos de derecha dura. Esto quiere decir, en lo que a nosotros respecta, que, por el momento, seguimos teniendo margen de maniobra para organizar nuestra respuesta a su jugada.
Los marxista-leninistas tenemos una posición muy clara al respecto. No rechazamos los posibles avances tácticos que tal o cual gobierno de la burguesía pueda conceder, (tras dura lucha), al proletariado, pero somos conscientes que el gobierno burgués (tenga la posición que tenga en la lucha de clases), nunca va a llevar las reformas hasta el extremo de significar una verdadera revolución. Por eso, tengamos la posición que tengamos de cara a los gobiernos circunstanciales, no dejamos de trabajar para la organización de nuestra clase al margen de las instituciones burguesas. Una organización orientada, esta sí, a la conquista del poder real, no simbólico, del Estado.
Los avisos se acumulan en los últimos tiempos. La dictadura burguesa está endureciendo su posición, instalando gobiernos cada vez más reaccionarios en cada vez más países. Solo es cuestión de tiempo que cruce la última línea y recurra a la militarización, la guerra y la dictadura abierta contra nosotros. Entonces, quienes hayan cumplido sus tareas y hayan organizado al proletariado para la autodefensa y la lucha, saldrán victoriosos. El resto tendrá una dura lección que aprender de cara al futuro.